miércoles, 16 de marzo de 2022

El secreto de tía Laura, capítulos 1, 2 y 3

 




Capítulo 1

 

Domingo 4 de febrero del 2018

                Este es mi diario íntimo, sí. Y aunque yo mismo me reiría de la idea, si alguien me la hubiese dicho unos meses atrás, acá estoy. No soy una adolescente romántica que necesita plasmar su crisis existencial en algunas frases poéticas. No vengo a volcar mis inseguridades y mi miedo, no. De hecho, no soy (una) adolescente, sino (un) adolescente. Bueno, eso siempre y cuando Wikipedia esté en lo cierto al definir el límite de la adolescencia en los diecinueve años, la cual es mi edad. Con respecto a mi sexo, estoy seguro de él, al menos por el momento.

                Por suerte no necesito de un cuaderno con un pequeño candado. Sería muy molesto tener que ocultarlo. Y si me vieran mis amigos con él, sería la burla de cada juntada que hiciéramos, hasta el final de los tiempos.

                Para eso existe internet. Una ventana en modo incógnito, registrarme en una página de relatos pornográficos con un seudónimo, y listo.

                Ayer hice un descubrimiento que me empujó a escribir estas líneas. Pero antes de llegar a eso, como intentaré fingir que soy un buen relator, empezaré por el principio.

                Hace casi dos meses, en noche buena, tuvimos una visita que, al menos para mí, fue inesperada.

                Suelo pasar las fiestas navideñas con papá y mamá, y en general, se suman algunos tíos que viven no muy lejos de nuestro barrio. En esta ocasión la cosa fue bastante concurrida. Dos tíos solterones de mamá; dos primos de papá, con sus respectivas parejas, y varios primos de mas o menos mi edad.

                A eso de las diez de la noche el asado ya estaba listo. Notaba a mamá un tanto apesadumbrada, a pesar del jolgorio general, cosa que me extrañó, porque a ella siempre le gustaron las fiestas. De repente, cuando estábamos a punto de cenar, sonó el timbre.

                Yo estaba hablando con el primo Germán, sobre algunos animes que nos gustaban a ambos, así que no le di mucha importancia. Supuse que se trataba de algún vecino que pasaba a saludar antes de tiempo. Pero cuando mamá volvió a entrar, con el rostro iluminado, con ella venía una mujer que no conocía.

               Como buen pendejo virgen, me quedé aturdido al ver a la muñequita que llegaba, charlando animadamente con mamá. Estaba bronceada, y eso le daba un hermoso tono cobrizo a su piel marrón. Llevaba un vestido bastante corto. Sus piernas eran, quizás, demasiado musculosas para mi gusto, pero no dejaban de ser atractivas, más aún cuando vi el tatuaje que tenía en la parte de atrás de la pierna derecha, varios centímetros encima de la rodilla. Era una frase escrita en letra cursiva.

                La chica estaba en forma, tenía un cuerpo tipo fitness. Cuando la miré desde atrás, mientras saludaba y se presentaba con mis parientes, vi la espalda musculosa, pero, sobre todo, vi su voluminoso orto. No necesitaría tocarlo para corroborar lo duras que estaban esas nalgas, ya que a simple vista se notaba, aunque ganas de hacerlo no me faltaban. La cintura era delgada, y eso, comparado con sus grandes pechos y sus sinuosas caderas, hacía que tuviera una silueta inverosímil, de esas que uno solo encuentra en internet o en la televisión.

                Yo no era el único que se había quedado impactado con ella. Más de un tío la siguió con la mirada, apenas sus respectivas mujeres se distraían.

— ¿Quién es? —preguntó el primo Germán, quien también había caído en el hechizo.

— Ni idea —contesté.

— Qué buena que está —dijo él.

— Muy musculosa para mi gusto —dije yo mintiendo. Si bien la chica estaba muy marcada, no llegaba al punto de perder esa gracia que tienen los cuerpos femeninos.

                Por fin se acercó a nosotros. Me mostró unos perfectos dientes, cuya blancura resaltaba en medio de ese mar de caramelo que era su piel.

— Ella es Laura —dijo mamá, como si yo tuviese que reconocer a la chica. Cuando se dio cuenta de que mis neuronas no procesaban la información, agregó—: Laura, mi hermana. Te hablé muchas veces de ella ¿Te acordás?

                Mi cerebro hizo clic. Laura era producto de una relación clandestina del abuelo Eduardo. Mamá solía decir que a su padre le había agarrado el viejazo, y por eso se había encamado con otra mujer, cuando rondaba los cuarenta. Fue una cosa pasajera, salvo por el hecho de que había dejado una criatura por el camino. La abuela Mirta jamás le permitió tener una relación fluida con su hija extramatrimonial, y mamá creció desconociendo la existencia de aquella hermana. Recién de adulta se enteró del chanchuyo del viejo.

                No culpen a la abuela. Es de otra generación, y siempre fue muy orgullosa. Además, esta historia no va ni de ella, ni de mamá.

                Laura, como era de esperarse, era mucho más joven que mamá, quien contaba con cuarenta años, o cuarenta y uno, nunca recuerdo ese detalle. En fin, Laura tiene veintiséis años.

                La noche siguió su rumbo. Nos sentamos a cenar, y, como era de esperarse, Laura fue el centro de atención. Los tíos, y sobre todo las tías, la llenaron de preguntas, a las que ella respondía cortésmente, aunque a mí me pareció que por momentos quería que la tragara la tierra, sobre todo cuando se ponían pesadas con el tema de si tenía pareja o no.

                Cuando terminamos de cenar, pintó el bailongo. Me fue difícil quitarle la mirada de encima a mi, hasta ahora, desconocida tía. Germán y Lauty, mis primos, se habían animado a sacarla a bailar. Y Germán en particular, aprovechaba para agarrarla de la cintura. Sus manos estaban muy cerca del culo de la tía. No hace falta aclarar que ni Germán ni yo fuimos los únicos que parecíamos omitir el hecho de que nos unía un parentesco cercano con aquella chica. Algunos disimulaban mejor que otros, pero la imponente presencia de Laura era imposible de eludir, incluso para mi padre.

— ¿Vos no bailás? —me preguntó Laura, cuando se sentó a mi lado, acalorada, después de terminar de bailar.

— No, no me gusta —dije tímidamente.

                Por cierto, aclaro que escribiendo desde el anonimato puedo parecer más descarado de lo que soy en realidad. En la vida cotidiana soy bastante apocado.

                Tuve una corta conversación con Laura, en la que me comporté de manera torpe, por lo que no vale la pena mencionarla. Sólo intercambiamos información básica como la edad, trabajo, y esas cosas. Por cierto, ella comentó que es profesora de zumba.

                Después del brindis, y de que vimos los fuegos artificiales, la joda siguió por un par de horas. Yo no soy muy dado a las fiestas en general, y los tíos suelen ponerse pesados cuando se ponen en pedo, así que apenas pude, me recluí en mi cuarto, total, ya había visto a tía Laura tantas veces como quise, y no es que fuera a tener una historia con la hermana de mamá. Esas fantasías mejor las dejaba para mis noches solitarias.

                A eso de las dos, ya empezaban a irse todos, no porque ya hubiese llegado la hora de dormir, sino porque seguirían el festejo en otros lugares. Los primos tenían pensado ir a algún boliche, mientras que los tíos seguirían tomando y divagando en la casa de algún amigo.

                Sabía que, si no bajaba a dar una mano con la limpieza, mamá me lo echaría en cara al otro día. Entonces, cuando dejé de oír el jolgorio, bajé un rato.

                Laura estaba lavando unos platos en la cocina, mientras mamá terminaba de levantar la mesa.

— ¿No te da vergüenza hacerle lavar los platos? —le dije a mamá medio en serio, medio en broma.

— Me dijo que no lo haga, pero yo insistí —dijo Laura, y siguió en lo suyo.

                Me gustaba verla así, de espalda, un poco inclinada, con una pierna flexionada. Era una posición perfecta para hacerle el amor. Me imaginé levantándole el vestido, y cogiéndola ahí nomás, en la cocina.

— ¿No te invitaron los primos a ir al boliche? —le pregunté.

— Sí, pero preferí quedarme acá con tu mami, tenemos muchas cosas de qué hablar —dijo Laura.

— Además, Lauri tiene mala suerte —se metió mamá, guardando la comida que había puesto en un táper en la heladera—. Tus primos son muy chicos y los tíos muy viejos. Se aburrió mucho al no estar con gente de su edad.

— Nada que ver, ¡la pasé genial!—dijo Laura.

— ¿Y papá? —pregunté.

— Ya está durmiendo —dijo mamá, y se fue a ordenar el comedor.

— Así que te quedás a dormir —le pregunté a Laura.

— Sí, es que vivo lejos, en Pilar.

— ¿En un barrio cerrado? —pregunté sorprendido.

Pilar es una localidad llena de barrios privados. Me sorprendió que una simple profesora de zumba pudiera costear una propiedad así.

— Sí —contestó ella.

— ¿Vivís sola? —pregunté, recorriendo su cuerpo con la mirada, desde su cuello, pasando por su espalda trabajada, su orto profundo, y sus piernas imponentes.

                Ella giró, pescándome infraganti, creo. Pero como desvié la mirada enseguida, tal vez me salvé.

— Sí, vivo sola. Un día deberías ir a visitarme, así nos conocemos mejor.

— Me encantaría —contesté, imaginando mil escenarios fantasiosos, uno más perverso que el otro.

                Luego mamá volvió a la cocina, y no paró de hablar. Se notaba que quería recuperar el tiempo perdido con su hermana. Habrá sido extraño empezar a entablar una relación siendo ambas adultas, y todo por un mandato materno. A mamá le había costado empezar a acercarse a Laura, incluso cuando se enteró de su existencia. La cosa fue lenta, y por fin estaban juntas. Así que las dejé en paz.

                Era normal hacerme una buena paja antes de dormir, y no había motivos para no hacerlo usando a mi tía como musa inspiradora. Ya sé que es la hermana de mamá, pero yo qué culpa tenía de haberla conocido recién ahora. Si la conociese desde chico sería otra cosa. No podría evitar relojearle el culo, obvio, pero no llegaría al punto de masturbarme pensando en ella. Pero, para empezar, nuestro primer encuentro fue cuando yo ya era un pendejo con las hormonas revolucionadas, en segundo lugar, cuando vi a la hembra que entraba por la puerta, no sabía que era mi tía, sólo sabía que estaba buenísima. Luego, cuando me enteré de nuestro estrecho parentesco ya era tarde.

                El hecho de que estuviese en la habitación contigua sumaba morbo. Así que estuve un buen rato acogotando el ganso. Tuve que contener el gemido cuando por fin acabé.

                Cuando estaba amaneciendo, me dieron ganas de mear. Fui al baño, soñoliento, sólo vestido con el bóxer. Mientras orinaba recordé que tía Laura estaba durmiendo en casa. Fue muy tentador pasar frente a su cuarto. Me incliné delante de la puerta, y vi a través del orificio de la cerradura. Pero desde ese ángulo no podía ver la cama en su totalidad. Apenas pude observar las piernas desnudas, bañadas por unos rayos de sol que se filtraban en el cuarto.

                Cuando me levanté, al mediodía, ella ya no estaba. Hasta ahora no volví a verla personalmente. Mamá me comentó en una ocasión, que fuimos invitados a pasar un fin de semana en la casa de Laura. Una casa grande con piscina, según me contó.  Pero yo preferí no ir. Papá, por su parte, dijo que era mejor que las hermanas disfrutaran el tiempo juntas.

                La verdad es que me hubiese encantado ver a mi tía en bikini, zambulléndose en el agua. Podría ver detalles de su cuerpo que en la fiesta no conocí, pero sería incómodo hacerlo estando mamá presente. Sin embargo, el hecho de pensar en poder verla en bikini, me dio una idea. La agregué a Instagram, esperando ver montón de fotos sensuales de ella. Una chica tan joven y linda, debía subir selfis todos los días. Pero, para empezar, la cuenta era privada. Tardó varios días en aceptar mi solicitud, y cuando accedí al perfil, me encontré con uno demasiado austero en cuanto a imágenes. Una decepción.

                A estas alturas, quizás algunos se pregunten si en algún momento me recriminé por estar fantaseando con mi tía. La respuesta es un simple y rotundo no. Siempre fui bastante pervertido, e incluso, un fetichista. Los relatos de incesto y dominación son mis favoritos, y cuando pensaba en tía Laura, ambas temáticas se entrelazaban deliciosamente en mi cabeza. Me gustaba visualizarla, con su escultural cuerpo desnudo, atada de manos y pies, con una venda en los ojos, mientras yo hacía de todo con ella.

                Pero a pesar de todo, soy virgen. Esto, sumado a la obsesión que tenía últimamente con tía Laura, me llevaron a tomar una decisión. Ya era hora de dejar de imaginar cómo sería coger, y pasar a la práctica.

                No lo haría con mi tía, claro está. No estaba tan loco como para creer realmente que ella se sentiría atraída por mí. Incluso si no fuese mi tía, sería difícil conquistar a un mujerón como ella, que era mayor que yo, y tendría dos mil pretendientes.

                Mi plan era más simple: me iría de putas.

                Ya contaba con unos billetes que me había dado el viejo. No tener trabajo era un problema, y muchas veces me sentía humillado por tener que mendigar dinero, pero ahora lo necesitaba de verdad. Así que conté la plata que tenía. Hasta el otro mes no me daría un centavo más, y yo pensaba gastarlo todo en un polvo.

                Busqué en internet, a ver qué escort tendría el privilegio de hacerme perder la virginidad. Abrí varias páginas, pero algunas tenían imágenes de mala calidad. Finalmente me quedé con dos webs donde se ofrecían servicios sexuales. Las mujeres aparecían en un cuadro rectangular. Debajo de sus fotos, estaba su supuesto nombre y un teléfono para contactar con ellas. Pero haciendo clic en la imagen, se abría una nueva pestaña donde había más datos de las chicas, y también más fotos.

                La selección fue, por sí sola, una experiencia estimulante. Tener a todas esas mujeres en una pantalla, como si estuviese frente a la góndola de un supermercado, me daba una sensación de omnipotencia que nunca había sentido. Una vez que eligiese a la escort, haría una cita, y durante un par de horas sería mi sirvienta sexual. La idea me fascinaba.

                Fui abriendo, uno a uno, los perfiles de las chicas que más me atraían. Ahí estaba Stefi, que decía tener veintiún años, medir uno sesenta, y hacer un servicio completo. También decía ser simpática y fina. La verdad que esas cosas no me interesaban, mientras fuera complaciente en la cama. Luego estaba Rocío, una rubia estilo vedette con unas enormes tetas operadas. También había una negra panameña, increíblemente sensual.

                Muchas de las mujeres tenían el rostro cubierto, o borroneado. Cosa que me pareció lógico. No todas querrían que un conocido se enterase de que estaban alquilando su cuerpo por hora.

                Instintivamente, cuando veía una imagen de una chica con el cuerpo trabajado y la piel marrón bronceada, abría el perfil sin dudarlo. De esas había cinco o seis. Al final, se abrieron masomenos treinta pestañas. Fui mirando, perfil por perfil, desechando a las que no terminaban de convencerme. Me di cuenta de que en cada perfil había comentarios de clientes, que dejaban sus opiniones sobre las escorts, como quien opina sobre qué tan bueno había sido el restorán a donde habían cenado. Eso también me sirvió para ir descartando putas.

                Finalmente, la sorpresa llegó cuando la preselección iba por la mitad. Estaba frente al perfil de una de las chicas que me habían llamado la atención por tener un aspecto similar al de tía Laura. Pero el parecido de esta mujer en particular era mucho mayor de lo que podía haber imaginado.

                Se hacía llamar Jade, y era una de las chicas que tenían el rostro cubierto. Sin embargo, el parecido con la chica que había aparecido en mi casa era notable. Su cuerpo cimbreante estaba completamente bronceado. Sus piernas eran anchas y musculosas, pero aún así atractivas, al mejor estilo de Sol Pérez. Sus pechos, enormes. Su cabello castaño oscuro. Pero noté que en las fotos aparecía lacio, mientras que en la fiesta Laura lo llevaba ondulado. Finalmente, cundo vi una foto en la que estaba de espaldas, mostrando un espectacular orto entangado, pude ver un tatuaje en la parte trasera de su muslo derecho, justo por encima de la altura de la rodilla. Eran unas palabras en cursiva.

                Me quedé pasmado por varios minutos ¿¡mi tía era una puta!? No podía ser. Pensé que quizás mi imaginación me estaba jugando una mala pasada. Vi detenidamente las fotos. La chica tenía una contextura física muy parecida a la de Laura, era cierto. Pero no era lo mismo ver una foto que ver a alguien en persona. El tatuaje era muy parecido, sin lugar a dudas5, pero ¿De verdad era el mismo? Creo que cuando vi el tatuaje de mi tía conté dos líneas escritas, igual que sucedía con Jade, pero andá a saber si realmente eran dos, y no una, o tres.

                Vi los datos que había de la mina. Veinticinco años. Laura tiene veintiséis, muy cerca. Jade trabajaba en microcentro, Laura vivía en Pilar. Los lugares eran bastante lejanos, pero eso no tenía por qué ser una prueba de que no se trataba de las mismas personas. Más bien todo lo contrario. No creo que una escort trabaje en el mismo lugar donde vive. Seguro tenía una doble vida: En pilar, una modesta profesora de zumba; en Capital, una prostituta VIP. Jade decía medir un metro setenta. No tenía idea de cuánto medía Laura, pero me pareció recordar que era un poco más baja que yo, que mido un metro setenta y seis. De todas formas ¿Qué mierda estaba flashando? Andá a saber si los datos que ponía la prostituta eran reales. Incluso podría tratarse de alguien que robó las fotos y las usaba para atraer clientes. Aunque, por otra parte, las fotos no eran amateurs. Algún profesional se las había hecho en un set. Y muchas de las otras putas se habían sacado las fotos en un lugar muy parecido.

                Me estaba volviendo loco. Tenía que llamar a esa puta y confirmar si se trataba de Laura o todas eran imaginaciones mías.

                Maquiné pensando qué carajos haría si mi tía realmente era una puta. Me la cogería, obvio. Pero había un pequeño problema: ¡ella me mandaría a volar apenas me reconociese! Tendría que ir con un aspecto totalmente diferente. Me podría teñir el pelo, usar ropas de un estilo completamente distinto a las que uso normalmente, fingir un tono de voz diferente… No, puras estupideces. De todas formas, me reconocería.

                Me puse a leer los comentarios que dejaban lo clientes, sobre sus experiencias con jade. “Esta mina es un infierno, te coge como si no hubiera un mañana, y se deja acabar en la boca, eso sí, no traga, escupe”, decía Pedro1975. “Una puta como pocas, apenas llegué me dio un beso tipo novios, después me la chupó hasta sacarme toda la leche, y en la siguiente hora me la cogí en todas las posiciones. La próxima pienso hacerle el culo”, escribió Juancaporongadura. “Los mejores trescientos dólares gastados en mi vida”, decía concisamente EduFeiman.

                Tenía la pija totalmente al palo. La idea de que mi tía fuera una puta y que seguramente se había acostado con centenas de hombres, me calentaba como una caldera. Tenía que descubrir si de verdad se trataba de ella.

                Se me ocurrió que, si de verdad lo era, y yo se lo decía, quizás retribuía mi silencio con unos buenos polvos. Parecía un argumento sacado de un relato erótico berreta, pero quien sabe, el mundo estaba lleno de locos ¡Yo no era el único! Otra opción sería simplemente extorsionarla. “Mirá tía, te entregás, o todos se enteran”, le diría.

                Vi el número de celular que había registrado. Sería cuestión de revisar en el teléfono de mamá, a ver si los números coincidían, aunque no creí que fuera tan torpe como para usar el mismo chip para sus chanchadas.

                Seguí mirando, una a una las fotos, mientras me pajeaba como loco. Una vez que acabé ya tenía la mente un poco más clara.

                Puse mi teléfono en modo privado, para que no se vea mi número. Laura no lo tenía, pero en algún momento podría pedírselo a mamá. Marqué el número y llamé.

— Hola — me saludó una voz femenina, que bien podría ser la de Laura, o la de otras miles de mujeres.

— Hola, llamaba por el aviso de escorts vips —dije, haciendo que mi voz suene más grave de lo normal.

— Estoy trabajando en microcentro, en un depto privado —dijo la puta que quizás era tía Laura—. Mis tarifas son de 300 dólares por un servicio completo de una hora.

— ¿Servicio completo?

— Sí, el servicio es con masajes, caricias, bucal sin globito, anal, vaginal, lo que vos quieras —comentó Jade, como quien dice los precios de mercaderías. Pensé que por trescientos verdes debía ser una regla brindar el servicio completo. Yo seguía intentando decidir si esa voz podía corresponder a la de la tía, sin poder hacerlo, aunque por suerte tampoco sonaba lo suficientemente diferente como para verme obligado a descartar la idea— También hago tríos, y atiendo a parejas. El precio es de quinientos la hora.

— ¿Orgías hacés? —pregunté, después de que una idea se me cruzara por la cabeza.

— Sí, eso cuesta setecientos dólares, y durante una hora y media pueden hacerme lo que quieran. Eso sí, nada de celulares, y todos tienen que venir bien higienizados.

                Setecientos dólares era demasiada guita. Le dije que lo pensaría y la volvería a llamar. Necesitaba tiempo, pero ya estaba elucubrando una idea. Primero tenía que saber si jade y Laura eran la misma persona. Y si lo eran, tenía que cogerme a mi tía. Costase lo que costase. Sería la experiencia más increíble que viviría.

                Abrí la foto donde salía el tatuaje de Jade. Agrandé la imagen y leí lo que decían esas palabras en cursiva. “Si no hay amor, que no haya nada entonces…”. Una frase curiosa por tratarse de una puta.

                El primer paso sería ese, diario. Confirmar si el tatuaje era el mismo. Si lo era, ya casi no habría dudas.

                Ya ves diario, que no soy un adolescente depresivo con una crisis existencial. Soy un chico perverso que intenta cumplir sus sueños.

 

Domingo 25 de febrero del 2018

                Diario, te desempolvo después de varias semanas, porque no hubo mucho que valiera la pena contar. Pero por suerte en el último momento sucedió algo digno de ser relatado.

Ayer fui a lo de tía Laura, sí señor. Habíamos chateado un par de veces, y en la última ocasión me exigió que fuera a visitarla. “No te preocupes, tu mamá no va a venir”, me dijo. Era obvio que lo decía porque se daba cuenta de que me resultaba muy aburrido salir con mamá, pero aun así, esa frase despertó todos mis ratones.

                No dudé en ir. Le pedí prestado el auto a papá. No pensaba visitar a mi querida tía yendo en colectivo, sólo para llegar todo transpirado y lleno de olores. Por suerte el viejo no se puso en ortiva, como hace a veces.

                Quedamos en que iba a ir a la hora del almuerzo. Estaba nervioso, como si estuviese acudiendo a una cita. Mi verga estuvo al palo la mayor parte del tiempo, mientras me imaginaba cogiéndomela salvajemente durante toda la tarde.

En la garita de seguridad de la entrada de ese barrio privado, me pidieron el documento, llamaron a la casa para confirmar que estaba autorizado a ingresar, me abrieron la barrera y entré. La casa de tía Laura era tremenda. Incluso una puta cara no podría pagarla, salvo que haya trabajado desde muy chica. Era una construcción moderna: varios rectángulos de hormigón con ventanales enormes que daban mucha luz natural al hogar. Tía Laura estaba parada en la puerta de la casa, para recibirme.

— Hermosa casa —dije

— Qué bueno que viniste —comentó, para luego darme un efusivo abrazo.

                Yo la estreché con intensidad. Sentí sus hermosas tetas en mi torso. Me hubiese quedado así durante horas, pero mi verga ya se quería levantar, así que lo mejor era separarme de ella.

                El interior de la casa era tan impresionante como el exterior: el living decorado de manera minimalista, con lindos sofás y una televisión de cincuenta y cinco pulgadas con pantalla curva.

— Es hermosa tu casa —repetí, aunque lo que en realidad quería decirle era que la casa era casi tan hermosa como ella misma.

— Gracias —dijo, alargando exageradamente la letra a—. ¿Vamos al comedor?

                La seguí por detrás, aprovechando para mirarle el culo. Perdón diario, si carezco del lenguaje lo suficientemente amplio como para hacer justicia al reverendo ojete de mi tía. Esta vez llevaba un pantalón de jean ajustadísimo, que le calzaba como guante.

                Lo que tenía de malo el hecho de que vistiera pantalón, era que no podía ver el tatuaje de su pierna. Pero ya me las arreglaría para, por fin, develar ese misterio.

                El comedor era otra locura. Una elegante araña de cristal colgaba encima de la mesa de vidrio. Las sillas acolchadas tenían un respaldar alto. Sobre la mesa había una bandeja con una gran variedad de sushi, una jarra de agua y una botella de gaseosa. Supuse que el agua era para ella, pues cuidaba su cuerpo en demasía. Y el refresco era porque había pensado que yo solía beber eso.

— Espero que te guste el sushi. Ahora pienso que te tendría que haber preguntado antes.

— No te preocupes, me encanta —dije yo, sin mentir, aunque nunca iba a preferir el sushi antes que una buena hamburguesa con papas fritas—. Vivís como una reina —comenté después.

— Bueno, gracias —dijo ella sonriendo tímidamente, quizás porque se dio cuenta de que puse mucho énfasis en la palabra reina—. Y cómo van tus cosas —dijo después, para romper el hielo.

— Digamos que bien, aunque no sé cuánto tiempo papá y mamá van a soportar que esté en casa sin trabajar ni estudiar.

— Y a vos ¿Qué te gustaría hacer? —preguntó ella.

— Por el momento nada —respondí. Laura rió, como si hubiese contado un excelente chiste. Cuando lo hizo, en sus mejillas se hicieron dos pocitos, que me parecieron muy tiernos.

— Seguramente vas a encontrar pronto algo que te guste, sino, hacé alguna carrera corta, para contentar a tus viejos.

— Buena idea —dije. Me gustaba su actitud compinche.

— Y novia, me imagino que tenés —dijo ella.

                Traté de dilucidar si la voz que estaba escuchando desde que llegué era la misma que la de Jade, quien me había explicado que cobraba trescientos dólares por el servicio completo: masajes, caricias, sexo oral sin globitos, sexo anal, en resumen, podía disponer de ella por completo durante una hora por ese precio. Era demasiado loco pensar que aquella chica que intentaba congraciarse conmigo fuera también la puta que se expresaba sin tapujos sobre sus servicios.

— Ay qué lindo, te pusiste colorado —dijo Laura.

                Me di cuenta de que tenía razón. Mi cara ardía, pero no por la pregunta que me acababa de hacer, sino por no poder dejar de pensar en ella de manera lujuriosa.

— No pasa nada —dije con una sonrisa estúpida—. Y no, no tengo novia ¿Y vos?

— No, tampoco tengo novia —dijo, imitando la seriedad con la que yo acababa de hablar. Ambos nos reímos de su chiste—. Y novio tampoco —dijo después.

— Qué raro —dejé caer yo, esperando que Laura hiciera la obvia pregunta ¿Por qué raro? Y así poder decirle algún piropo. Pero la tía no era ninguna tonta.

— A veces es mejor estar sola —contestó, misteriosa.

— ¿Te molesta que te haga una pregunta? Esta casa ¿cómo la conseguiste?

— Bueno, ya lo preguntaste, así que no importa si me molesta o no —dijo ella, emulando un tono de reproche—. Gané la lotería hace un par de años —dijo, sin mirarme a los ojos—. Pero no preguntes cuánto gané por favor.

— No, está bien, pero qué suerte que siendo tan joven ya tengas todo esto.

— Soy una chica con suerte… al menos en lo económico —dijo, con un puchero en su linda carita de petera.

— ¿En el amor no pasa lo mismo? Me resulta difícil creerlo.

                De repente, tía Laura se cruzó de brazos, cubriendo sus pechos. Parecía incómoda. Me di cuenta de que mientras le hacía la última pregunta, no había podido evitar posar la mirada en sus tetas, que, con el ceñido suéter que llevaba, parecían querer explotar. Llené el vaso con gaseosa, y dejé de mirarla por un rato, fingiendo que no había pasado nada. Por suerte, pareció recomponerse enseguida. Había actos que, en los hombres, eran casi un reflejo. Ella debería entenderlo.

— En el amor no me va tan bien como aparentemente creés —dijo ella, usando el mismo tono cordial de siempre, por suerte—. Pero prefiero no hablar de eso, al menos por hoy.

— No te preocupes, cuando seamos más amigos a lo mejor podemos hablar de eso.

— Claro.

                En lo que siguió del almuerzo, hice todo lo posible para disimular la calentura que tenía. No quería que se sintiera incómoda. Tenía un plan para hacer que se quite el pantalón, y no iba a funcionar si se daba cuenta de la tensión sexual que había de mi parte, como lo había hacho hacía un rato.

— ¿Te contó algo de mí tu mamá? Digo, sobre por qué no nos conocíamos de antes —dijo, cambiando a un tema serio, para mi desgracia.

— Sé que se enteró de que tenía una hermana hace apenas un par de años.

— Sí. Ella me pudo contactar hace unos meses. Es divina tu mami —dijo Laura. Se llevó un bocado a la boca, y los movimientos que hicieron sus mandíbulas al masticarlo, me parecieron muy sexys. Creo que cualquier cosa que hiciera me parecería sexy —. Tardamos en conocernos personalmente porque… —Laura dudó antes de hablar. Se me hizo que estaba a punto de mentir— porque bueno, yo crecí como hija única, y tu mamá también. Era muy fuerte que aparezca una hermana siendo las dos tan grandes. Había mucho para procesar.

— Sí, me imagino.

                Hablamos un rato más sobre eso, cosa que me aburrió bastante. Lo que yo quería saber era si mi tía era una escort o no lo era. Me las ingenié para llevar la charla hacia la música.

— Y qué tipo de música te gusta.

— De todo —contestó. Pero esa respuesta no me servía —. ¿Y vos?

— Rock nacional más que nada —dije—. La Renga, Bersuit, Los redondos…

                Al último grupo, Los redonditos de ricota, lo nombré con mucho énfasis, ya que la frase del tatuaje que había leído de la pierna de Jade, “Si no hay amor que no haya nada entonces…” era de una canción de esa banda. Esperé a que me dijera que ese era su grupo favorito. Luego debería decir, de lo más natural, que le gustaba tanto que hasta se había hecho un tatuaje de un verso de la canción El tesoro de los inocentes. Y con eso, listo, estaría confirmado: ¡mi tía era una puta!

— Sí, son buenísimas esas bandas. Sabés que estoy viendo una serie buenísima…

                ¡Pero la reputísima madre que la parió!, maldije para mis adentros. Laura era otra millennial obsesionada con las series. Traté de volver al tema de la música, pero no me salió. Además, ya me estaba poniendo nervioso, y si ella se daba cuenta de que estaba insistiendo mucho con el asunto, se me iba a ir todo a la mierda. Igual, tenía un último plan. Le seguí la corriente un rato.

— ¿Querés ir al living, o salimos afuera? —preguntó, después de que terminamos el sushi, que por cierto, estaba exquisito.

— El día está muy lindo, vamos afuera —dije. — La verdad que todo esto es impresionante —comenté después, cuando estábamos en unas sillas de madera, frente a la pileta.

— No me puedo quejar —dijo ella—. Sos bastante callado vos —comentó después—. Pareciera que sólo hablás cuando te conviene.

— ¡Qué! —respondí, alarmado—. Nada que ver, es que soy muy tímido —dije después, agachando la cabeza.

— Era una broma, Sonso —de repente sentí su mano en mi cara. Empezó a acariciarme con ternura—. Me encanta cuando te ponés colorado. ¿Estás contento de tener una nueva tía?

— Obvio ¿A quién no le iba a gustar tener una tía con una casa como esta?

— ¡Sos un maldito! —dijo ella, riendo a carcajadas.

— Claro que estoy contento de conocerte —dije yo.

— Yo también. ¿Querés meterte a la pileta? —preguntó, para mi grata sorpresa—. Veo que no podés sacar la vista del agua.

— Me descubriste —reconocí yo.

— Te voy a buscar una maya, ya vengo.

                Había llegado el momento de la verdad. No tenía idea de qué iba a hacer si confirmaba que Lura era Jade. Pero preferí no pensar en eso, porque cada vez que lo hacía, me imaginaba forzándola a que pague mi silencio con sexo, y la verdad que me daba un poco de pena, porque parecía muy buena mina. ¡Pero la carne es débil!

— No preguntes de quién era —me dijo Laura, entregándome la maya—. Te podés cambiar en el baño del living. Yo ya vengo.

                Me fui a cambiar, y después volví a la pileta. Laura llegó al rato, con un bikini azul. Se había atado el pelo. Su cuerpo bronceado era una escultura bajo el sol de febrero. Me costó mucho no recorrer su cuerpo de punta a punta con la mirada. En pocas circunstancias podría verla así, con tan poca ropa, era lo más parecido a verla desnuda, así que tenía que comportarme para que la cosa se repitiera. A pesar de que disimulé todo lo que pude, no pude esquivar esas tetas, que parecían prisioneras debajo del biquini. Tampoco pude evitar mirar el sensual movimiento de sus caderas, y sus piernas musculosas avanzando hacia mí. Su silueta sinuosa se recortó mágicamente cuando el sol me dio en los ojos y ella se convirtió en una voluptuosa sombra.

— ¿Qué estás esperando? —dijo, pasando a mi lado —dale ¡Vamos!

                Cuando me dejó atrás, vi el tatuaje. Eran dos líneas en letra cursiva, igual que el de Jade. Pero no pude leerlo, porque empezó a correr, para llegar a la pileta.

                Fui con ella. Me tiré dando un saltito, cosa que hizo que le salpicara agua a la cara. Ella me devolvió la gentileza, salpicándome, pero se me metió en el ojo un poco de agua con cloro.

— Ay, perdoname —dijo Laura. Se me acercó y me acarició debajo del ojo—. Soy una bruta.

— No fue nada —dije.

                Ella seguía cerca de mí. Sus piernas tocaron las mías.

— Hacés mucho ejercicio —dije, sintiendo la dureza de sus gambas.

— Sí, me encanta.

— Y te da resultado. No hay muchas mujeres como vos.

                Laura me agradeció. Se dio la vuelta y se zambulló. Yo la imité. Cuando llegó a la otra punta, me acerqué a ella de tal manera, que por un instante pude apoyarme en sus nalgas.

                Disfrutamos del agua un buen rato, hablando poco, haciendo chistes tontos. En un momento se escuchó el sonido de un teléfono.

— Ay, tengo que atender —dijo tía Laura.

                Fue hasta el extremo en donde estaba la pequeña escalera, y subió. Yo me acerqué a ella. La bikini se había metido en la raya del culo más de la cuenta. Laura agarró la tela y la sacó para afuera. Me miró avergonzada, y siguió subiendo.

— Lindo tatuaje —comenté— ¿Qué dice?

— “Si no hay amor, que no haya nada” —recitó ella— Conocés la canción ¿No?

— Claro, es del Indio Solari.

— Ya vengo —dijo. Se metió con su perfecto cuerpo mojado en la casa.

                Querido diario. Está confirmado, ¡mi tía es una puta!

 

Capítulo 2

 

 

Domingo 25 de febrero del 2018

                Ya cuando volvió a la pileta la miré con otros ojos. Ahora no cabían dudas, la chica de veintiséis años que decía ser mi tía, era la misma que, en una página de escorts vips, se hacía llamar jade. Laura era una puta, su tatuaje la condenaba, ¡vaya descubrimiento diario!

— ¿Pasa algo? —me preguntó, seguramente porque mi cara me delataba.

— No, nada. Es que tu cuerpo es muy llamativo —expliqué, diciendo la primera imbecilidad que se me cruzó por la cabeza. Laura puso cara de asombro, pero no de enojo. Quizás a una puta, acostumbrada a quien sabe cuántas experiencias extremas, realmente no le parecía insólito que un sobrino al que acababa de  conocer, quien ya estaba crecidito, la viera como una mujer—. Se nota que hacés mucho ejercicio, principalmente en las piernas —agregué, resaltando su físico atlético, aunque lo que más me gustaba eran sus avasallantes tetas y sus turgentes nalgas.

                Las gotas de agua brillaban en su piel de cobre. Se metió en el agua de nuevo.

— Sí, soy de hacer ejercicios todos los días. A algunos no les gusta, pero yo me siento bien así —dijo después, cuando reflotó su cabeza con el cabello de nuevo empapado.

— No sé a quién puede no gustarle. Tenés buenos músculos, pero no llegás a perder la feminidad como les pasa a otras.

— Bueno ¿Podemos dejar de hablar de mi cuerpo? —dijo ella, con el tono de quien regaña dulcemente a un niño.

— Perdón, no pensé que te diera vergüenza hablar de tu cuerpo.

— No me da vergüenza. Sólo que creo que no está bueno poner tanto énfasis en el cuerpo femenino. Además, es medio raro hablarlo con vos…

— Bueno, hagamos de cuenta que no dije nada —comenté yo.

— Dale, todo bien. Sabés, te quería decir que me tengo que ir en un rato.

— ¿Tenés que trabajar? —pregunté, sabiendo que era raro que saliera un sábado a las tres de la tarde a trabajar, más teniendo en cuenta que no me lo había mencionado antes.

— Qué curioso el nene —dijo ella, remarcando el “nene”—. Pero bueno, teniendo en cuenta que yo fui la que te invitó, me parece que corresponde aclararlo. Digamos que tengo una cita a la que tengo que acudir sí o sí.

                No necesitaba ser un genio para entender por dónde iba la cosa. Un cliente se había comunicado para solicitar los servicios de Jade. Me imaginé que sería un cliente importante como para que tía Laura interrumpiera su tarde con su querido sobrino, de un momento para otro. Además, debía aprovechar cada oportunidad de ganar plata para mantener tremenda casa.

— No te tenía tan sumisa —comenté.

— ¿Sumisa? —dijo ella, extrañada.

— Claro. Te llaman y enseguida dejás tirado a tu sobrino y te vas.

                Laura me miró divertida. Otra de las cosas que me gustaba de ella era que no se tomaba a mal los chistes, incluso cuando era obvio que venían con una cuota de verdad.  

— Igual tenemos algo de tiempo todavía. Con que salga dentro de una hora está bien.

      La verdad diario, es que hubiese preferido que esa tarde terminara ahí. Durante la última hora no hice otra cosa que estar nervioso, a la vez que me obligaba a morderme la lengua. Cada vez que pensaba en una manera de decirle que ya sabía cuál era su verdadero trabajo, al toque me parecía una idea estúpida, y me quedaba callado. ¿Cómo decirle a mi tía que sabía que era una puta y a la vez, sacar provecho de la situación?

— Cuando te quedás así de pensativo me das un poco de miedo —dijo Laura, dándose cuenta de que yo estaba en la luna de valencia.

— ¿Por qué? ¿Sos de las que temen el silencio? —dije yo, orgulloso de decir una frase masomenos inteligente.

— El silencio en general no, pero el tuyo es diferente —contestó ella—. Es un silencio maquiavélico.

                Quizás tía Laura sabía leer la mente, o como está de moda decir últimamente, ella empatizaba conmigo, y podía sentir mis sentimientos.

                La mina me la estaba dejando picando para que yo le dijera la verdad. Pero no estaba seguro de que fuera el momento oportuno. Enseguida se tenía que ir.

                Me acerqué a ella nadando.

— ¿Sabés lo que estaba planeando? —le dije, arrinconándola contra el borde de la piscina. Mi sexo tocaba sus muslos y si el contacto seguía por unos segundos más, se pondría rígido.

                Tía Laura apoyó sus manos en mi cabeza.

— ¿Esto? —dijo, y empujó con fuerza hacia abajo, haciendo gala de la potencia que tenían sus brazos.

                Me hundí, de improviso en el agua. Cuando floté de nuevo, sentí mi nariz y mis orejas llenas de agua. Tía Laura me miraba, desde la escalera, sonriendo burlonamente. Luego subió los escalones que le faltaban, y empezó a correr hacia dentro.

                Salí de la piscina y fui por ella. Seguí el camino mojado que había dejado a su paso. Me encontré en su habitación.

— ¡Basta, ya me tengo que ir! —dijo, todavía jocosa—. ¡No Luis, basta! —gritó después, cuando la agarré de la cintura, y la tumbé sobre la cama.

                Tía Laura se reía como una niña mientras jugábamos a la lucha. Como era de esperarse, a pesar de tratarse de una mujer, tenía incluso más fuerza que yo. Sin embargo, en el forcejeo pude apoyarme sobre sus nalgas, cosa que hizo que mi verga ya no pudiese contenerse. En el embrollo que eran nuestros cuerpos, también aproveché para manotearle las tetas. Ninguna de las dos cosas resultaban sospechosas, dada la situación. De hecho era casi imposible no rozar sus grandes pechos mientras jugábamos de mano.

                De repente, me empujó hacia la orilla de la cama. Me caí al piso.

— ¿Estás bien? —me dijo, riéndose a carcajadas—. Lamentablemente me tengo que ir—dijo después, dándome la mano para ayudarme a levantar—. Otro día seguimos jugando, te lo prometo. Yo también tengo una faceta infantil.

                Cuando me reincorporé, mi verga ya dura estaba parada de chanfle, lo que hacía que mi excitación fuera por demás visible.

                Tía Laura la miró de reojo y no pudo contener una risita. Pero enseguida se dio vuelta y fingió que no había visto nada.

— Dale, andá a vestirte y dejame que yo también lo haga. Ya me tengo que ir enseguida —dijo, todavía de espaldas.

                Hasta hoy me pregunto diario, si ese no era el mejor momento de cogerme a tía Laura. Yo estaba con la lanza lista para perforar su blanco, y ella, apenas vestida con el traje de baño. De hecho, no sé cómo pude contenerme y no tirarme encima de ella y darle maza ahí nomás. Pero no importa, había mucho tiempo por delante, y el secreto seguía en mis manos. Si se repitiera otra tarde como esa, no la dejaría escapar.

 

Lunes 26 de febrero del 2018

                A lo mejor la espanté mostrándole mi erección. Pensé que al tener tanta experiencia sexual, como supongo que la tiene, entendería que esa reacción era normal. A un hombre se le puede parar si se frota la pija con cualquier cosa, hasta con un mueble. Pero hasta ahora no me contestó los mensajes que le envié. Día triste diario.

 

Miércoles 28 de febrero del 2018

                La tía me respondió. Me dijo que a veces, cuando está ocupada, lee los mensajes  rápidamente y luego se olvida de responderlos.

                Por cierto diario, vale aclarar que el teléfono que usa Laura no es el mismo que usa cuando tiene su otra personalidad. Era obvio que no sería tan tonta.

                “¿Cuándo otra tarde de pileta?” le había puesto dos días atrás, sin obtener respuesta. “¿Todo bien?” le había escrito varias horas después, cuando corroboré que me había clavado el visto.

                Luego de su disculpa por contestar tan tarde, me respondió “Lo arreglamos más adelante, pasa que esta semana estoy muy ocupada, pero la otra seguro”, me puso ella. “Genial, la pasé muy bien con vos. Sentí casi como si te conociese desde siempre”, le puse yo, bastante mentiroso. Ella me mandó un sticker con una carita sonriente.

                Me dio un tremendo alivio saber que no se había tomado a mal lo de mi erección. Esta noche voy a dormir como un bebito diario. Y seguramente amaneceré mojado.

 

Viernes 9 de marzo del 2018 (mediodía)

          Me hizo esperar la puta —le digo puta con cariño—. No quise exagerar y recordarle todos los días que se había comprometido a verme de nuevo. Pero ayer estuvimos chateando un rato, hasta que dijo, como al pasar, que se iría de shopping por la tarde. Le pregunté si no quería que la acompañara. Me contestó que bueno, que después arreglábamos. Me había hecho a la idea de que me iba a salir con alguna excusa, o que no me iba a enviar ningún mensaje de confirmación. Pero acaba de hacerlo. Nos encontraremos en el shopping del Abasto.

          Me fui a dar un largo baño, en el cual no pude evitar que se me parara la pija pensando en la tía. Me hice una paja, temiendo que si no lo hacía, estaría todo el tiempo al palo al lado de ella. Una cosa era una erección inesperada debido al contacto de nuestros cuerpos, y otra era que estuviera tieso mientras iba paseando con ella. El semen se perdió en la rejilla de desagüe, empujado por el agua de la ducha.

          Me puse una linda ropa, pero sin exagerar. Una camisa mangas cortas y un pantalón de jean. No les dije a mis viejos que iba a ver a la tía. Eso era algo que me gustaba de mi relación con ella. Laura entendía perfectamente que sería un embole mesclar nuestra amistad con mamá. Lo mejor era que ella se relacionara con ambos por separado. De esa manera podría lograr acercarse más a los dos.

          Estoy contento, diario. Voy a ver a mi tía favorita.

         

  Viernes 9 de marzo del 2018 (noche)

         Fue una tarde interesante diario. Ya prácticamente somos amigos con tía Laura.

          Nos encontramos en el shopping. Hacía mucho calor, por lo que mi pantalón no resultó ser la mejor opción. Ojalá hubiese llevado una bermuda. Pero ella, para mi alegría, no había cometido el mismo error.  Enfrentó el bochornoso sol de verano con un minishort negro, y un top del mismo color. Las prendas cubrían con lo justo las partes más secretas de esa hembra de veintiséis años que decía ser mi tía, y que secretamente era una prostituta.

— Qué bueno que viniste —dijo, dándome un abrazo, haciendo que sus tetas se apretaran en mi cuerpo, para luego darme un tierno beso en la mejilla. Se notaba que sentía un verdadero aprecio hacia mí—. Disculpá, ya sé que preferías ir a la pileta. Pero últimamente ando muy ocupada. Por eso me pareció rebuena idea aprovechar este momento para pasar un rato juntos.

— Claro, te entiendo. Mientras hacés tus compras yo te hago compañía.

          Está de más decir que cada hombre que se cruzaba con nosotros, perdía los ojos en Laura. Desde el tipo de seguridad que estaba en la entrada, hasta los hombres casados que iban de la mano de sus esposas, no podían evitar registrarla, como si le sacaran rayos equis a esa escultura caminante que se atravesaba con ellos. No eran pocos los que se daban vuelta a mirarle el hermoso orto enfundado de esa diminuta prenda que apenas alcanzaba a cubrir sus pulposas nalgas. Con ese short y ese top, parecía más desnuda que vestida.

          Por supuesto, yo tampoco perdía oportunidad de mirarle el culo, cada vez que se adelantaba uno o dos pasos de mí, cosa que sucedía con mucha frecuencia, pues yo lo permitía a propósito.

          Pero la mejor visión la tenía cuando nos subíamos a la escalera mecánica. Como correspondía a un caballero, le daba paso y dejaba que subiera ella primero, quedando yo detrás. Ahí no me molestaba en disimular mi deleite al escudriñar detalladamente ese ojete tallado por los dioses —o por el diablo—. La costura del short quedaba sepultada en la raja del culo, casi como si se tratara de un agujero negro que la absorbía.

          La mayoría de los tipos ni siquiera reparaba en mí. No parecía preocuparles el hecho de que yo pudiera ser su pareja. La devoraban con los ojos, y se la cogían en la imaginación. Sólo un puñado de ellos me miraba con intriga y admiración. Se preguntaban quizás, si realmente era mi pareja. Si yo, un chico común y tímido, se estaba comiendo a semejante camión. Tal vez alguno, más intuitivo, especulaba con que se trataba de una puta de lujo.

          Pero para hacerle justicia, lo cierto es que Laura no es solamente un perfecto culo andante. De esas hay muchas, y yo, como buen pendejo pajero que soy, disfruto de la vista cada vez que me cruzo con alguna. La tía en cambio es sexy por donde se la mire. Desde su carita de piel marrón, con los pómulos afilados, y la sonrisa de dientes perfectos, y ese hoyito que se produce en sus mejillas cada vez que sonríe, hasta las esculturales piernas, la fina cintura, que contrasta exquisitamente con las voluptuosas caderas, su espalda algo arqueada, su cabello negro ondulado que larga un perfume suave, su tatuaje en el lugar justo, sus tetas apretadas y firmes, su lunar encima del labio superior, y el resto de lunares en su rostro y en su cuello. Cada parte de la tía Laura merecía ser escrutada con la misma lascivia que su culo. 

— No sé si preferís esperarme afuera o entrar conmigo —dijo Laura, dubitativa, cuando llegamos a la puerta de una pequeña tienda de ropa femenina—. Si entrás, seguro que te aburrís. Pero si te quedás acá, quizás tarde mucho. Soy media indecisa viste…

— No hay problema. Entro con vos —dije, sin dudarlo—. A lo mejor hasta puedo ayudarte a elegir —agregué, con la cara más dura que una roca. Estaba claro que una mujer tan sofisticada como ella tenía en claro qué prendas le quedarían mejor. Y yo no sabía nada de moda, mucho menos de moda femenina. Pero me moría de ganas por ver la ropita que se probaba. Ella rió. Parecía que lo que le decía eran palabras de un niño. Me preguntaba si realmente no se daba cuenta de la inmensa hambre que le tenía.

          Entramos a la dichosa tienda. Lo primero que vio fue unos shorts tan diminutos como el que tenía puesto, los cuales estaban colgados en un perchero. Luego se puso a hablar con la vendedora, quien iba rebuscando en los distintos rincones de la tienda, las prendas que le pedía. Al final, la mesa se llenó de una decena de cosas por las que mi tía no terminaba de decidirse.

          Soy de naturaleza tímida, pero en ese momento me sentía en la obligación de aprovechar cualquier tipo de situación que se me antojara erótica, por más pequeña que pareciera.

— Esta te quedaría muy bien —dije, tomando una minifalda blanca con dibujos de rombos negros, y tres botones grandes en la parte delantera. Era una prenda que dejaría al descubierto esas impresionantes piernas bronceadas. Esos muslos musculosos eran asombrosos. Me imaginaba que podía hacer con ellos incontables sentadillas sobre una pija dura. Además, a diferencia del short, resultaba incluso más sensual, pues invitaban a querer descubrir qué había debajo de esa pollerita.

— Tenés buen gusto —dijo la tía. La chica de la tienda sonrío. Posiblemente ella también se preguntaba cuál era la relación que había entre nosotros. Otra cosa que me gustaba de Laura era que no se molestaba en demostrar que había una relación filial entre nosotros. Íbamos por ahí como si fuéramos dos personas con mucha confianza. No me trataba como el pequeño sobrino que de hecho era. Bien podríamos ser amigos o amantes. Las fantasías no me abandonaban nunca cuando estaba con ella —y cuando no lo estaba tampoco—.

          No se me iba de la cabeza la idea de confesarle que sabía su secreto. Pero últimamente había optado por retener la información un tiempo. Antes que eso, quería intentar un plan muy rebuscado: fingir que era un cliente, y cogérmela sin que se diera cuenta de que se trataba de mí. Pero más allá de algunas ideas relacionadas con disfraces, no se me ocurría nada concreto. Debía pensarlo mejor.

          La vendedora le indicó que podía probarse la pollera en un pequeño cubículo que estaba el fondo del local. Se me ocurrió una idea. Agarré otra pollera, una roja, algo acampanada, con unos dibujitos azules, y fui tras ella.

          Laura corrió la cortina de tela y se metió en el cambiador. Mientras yo esperaba a centímetros de ella, la tía se estaría sacando el short. Me preguntaba qué ropa interior estaba llevando. No pude evitar imaginar que seguramente dicha prenda se encontraría toda transpirada. Una potente erección se apoderó de mí, tal como había temido. La paja que me había hecho en la ducha no había bastado para controlarme. Miré de reojo a la empleada, que en ese momento estaba distraída, y me acomodé la verga, de manera que quedara a noventa grados, apretada contra mi pelvis por el elástico del calzoncillo. De todas formas era algo riesgoso, ya que, al menor movimiento en falso, la pija cambiaría de posición y me dejaría nuevamente en evidencia.

          La cortina se corrió y apareció la tía con la pollera blanca puesta, mirándose frente al espejo. Como era de esperar, le quedaba increíblemente sensual, aunque lo cierto era que podía vestirse como una indigente y aun así desprendería lujuria por cada uno de sus poros. Era un poco más larga que el short que ahora colgaba en un gancho, pero por tratarse de una pollera, resultaba diminuta.

— Te va perfecta —dije, sintiendo que mi verga pegaba un salto debido a una inesperada palpitación. Hice un esfuerzo por no mirar a mi entrepierna, ya que si lo hacía, ella imitaría mi gesto por inercia, y quizás me descubriría. Después de ese salto, mi instrumento ya no había quedado a noventa grados. El elástico no podía mantenerlo a raya. Estaba seguro de que se había formado una pequeña carpa en mi bragueta. Aunque todavía tenía la esperanza de que la remera la disimulara.

— Sí, la verdad que sí —contestó ella, sin falsa modestia.  

— ¿Y qué te parece esta? —dije, mostrándole la falda roja.

— Es hermosa. Lo más probable es que me compre las dos —dijo, riéndose como una niña que estaba a punto de hacer una travesura—. A ver, me la voy a probar.

          Corrió de nuevo la cortina, pero esta vez, sin darse cuenta, la dejó un poquito abierta. Entró otra clienta, por lo que la única empleada de esa tienda no prestó atención en nosotros por un momento. Aproveché para corroborar qué tan expuesto estaba. En efecto, debajo de mi bragueta se había formado una pequeña carpa. Si, por algún movimiento que hiciera, la remera se ceñía a mi cuerpo, mi calentura sería evidente para cualquiera. De un rápido movimiento, la coloqué de nuevo en línea recta, apretada ya no sólo con el elástico del calzoncillo, sino también por la cintura del pantalón. Lo malo era que el glande se asomaba un poco, como un niño revoltoso que subía a un paredón y dejaba al descubierto su cabeza. Pero bueno, mientras me cubriera con la remera estaría bien. No pude evitar pensar que por lo visto estaría toda la tarde duro como Maradona en el mundial del noventa y cuatro.

Sin poder contenerme, me acerqué y miré a través de la abertura.

          El imponente ojete de tía Laura estaba ante mis ojos, a apenas unos centímetros. Justamente se había inclinado para quitarse la minifalda blanca con cuadros, por lo que se encontraba en una pose sumamente sensual, con las piernas apenas flexionadas, sacando el culo para afuera. La muy puta se había puesto una tremenda tanga blanca, cuya tela de la parte trasera violaba su orto sin miramientos. Cuando se irguió, di un paso al costado, ya que podría verme a través del espejo. Calculé el tiempo en el que suponía que se pondría nuevamente su short, para arrimarme otra vez y ver eso que me hacía quedar al borde de la demencia. Los glúteos eran tan firmes que parecían de mármol. Si me golpeara con ellos, me bajaría los dientes y me rompería la mandíbula. La tía se subió con dificultad el short, ya que cuando llegó a la parte más voluptuosa, la prenda se trababa, y debía ir subiéndosela de a poquito. Vi, maravillado, cómo el diminuto short se apretaba a esa deliciosa carne, y subía con muchísima dificultad. Ella tenía la vista gacha, observando el progreso de su esfuerzo. Cuando levantó la vista para verse al espejo nuevamente, me hice el tonto y miré para otra parte.

          Como había dicho, llevó ambas minifaldas, ganándome su agradecimiento por ayudarla a escoger una de ellas.

          Cuando salimos del local tuve que esforzarme por seguir a Laura, quien se perdía en las vidrieras, alucinada cada vez que veía algo que le gustaba mucho. Esto era algo bueno, porque no prestaba demasiada atención en mí, y yo no tenía que disimular las miradas depravadas que le lanzaba.

En ese momento ocurrió algo más que interesante. De repente se detuvo estrepitosamente cuando vio unas botas negras que le encantaron. Al hacerlo, se encontró con mi cuerpo, pues yo no había reaccionado lo suficientemente rápido como para detenerme inmediatamente, pues me había tomado por sorpresa. Justo cuando se detuvo en seco, di un paso hacia adelante, y recién ahí paré. Como consecuencia, otra vez mi verga dura hizo contacto con ese ojete de ensueño. Fue apenas un roce, además, probablemente ella supondría que era el celular que guardaba en mi bolcillo el que se había frotado con su cuerpo. Sin embargo yo sentí, con el mayor de los placeres, cómo la punta de mi verga se deslizaba sobre ese shortcito negro. Esa era apenas una pisca de lo que sentiría si ese contacto fuera con ambos estando en pelotas, y aun así me parecía muy intenso. Esperaba que ese tipo de cosas sucedieran con mayor frecuencia, pero tampoco quería forzarlo, ya que ella podía darse cuenta de que esos roces eran adrede.

Se compró las botas, y después seguimos dando vueltas, de vidriera en vidriera, pero por el momento no compró nada más. Paramos para almorzar.

Fuimos al patio de comida. Ella dijo que quería pasar primero al baño, así que aproveché para ir también. En ese momento mi verga se había ablandado, aunque todavía se la notaba hinchada. Además, cuando me bajé el bóxer para mear, encontré que estaba húmedo y pegoteado por todo el presemen que había largado. Por suerte no usé el mingitorio, sino que fui a mear a un inodoro. De otra forma, podría haber quedado expuesto ante algún desconocido.

Pedí una hamburguesa doble con papas fritas en un McDonald, y ella compró un wrap de pollo con verduras en otro local. Nos sentamos en un rincón. Tía Laura me preguntó si había conocido a alguien interesante últimamente.

— Aparte de vos, a nadie —respondí.

          Me arrepentí inmediatamente de hacerlo. Aunque ella creyera que se trataba de una broma, esa frase no era para que se la diga un sobrino. Igual no me dijo nada, sólo rió.

          Conversamos un rato sobre cosas banales. No pude evitar notar que no hacía mención a su supuesto trabajo como profesora de zumba. En un momento sentí una vibración. Supuse que era del celular de la tía. En efecto, sacó uno de su cartera. Hice memoria, tratando de recordar el celular con el que la había visto hablar en alguna otra ocasión. Ambos eran negros, pero estaba seguro de que sus estuches eran diferentes.

          Es decir que el mensaje que leía ahora, mientras yo degustaba de unas crujientes papas fritas, era, probablemente, de un cliente. No me cabían dudas de que Laura era Jade. Desde que había leído lo que decía su tatuaje, estaba seguro de ello. Pero por puro morbo, quise corroborarlo una vez más. Saqué mi celular del bolcillo. Fui a configuración para aparecer como número privado. Busqué la agenda, hasta que encontré el nombre de Jade, y lo marqué. Mientras llamaba, fingía que escribía un mensaje, tocando la pantalla del celular a lo tonto. Laura había guardado su aparato nuevamente. Pero en ese momento tuvo que volver a sacarlo, pues se oyó nuevamente la vibración. Cuando vio la pantalla, frunció el ceño.

— Llamada perdida —murmuró.

— ¿Todo bien? —pregunté, sin dejar de fingir que tecleaba sobre mi celular. Estaba claro que lo que la había desconcertado era la llamada que yo acababa de hacer, ya que no podía saber de quién se trataba.

— Sí, todo bien. Creo que alguien marcó mi número por error. ¿Seguimos?

          Recorrimos los locales que nos quedaban por ver, y también regresamos a otros, ya que la tía no terminaba de decidirse si debía desechar lo que había visto ahí o no. Cuando pasamos por un local de ropa interior, la noté dubitativa.

— Esta vez prefiero que me esperes afuera —dijo—. Me da un poco de vergüenza que veas lo que me voy a comprar.

— Claro, no te preocupes —respondí.

          La verdad que me moría de ganas de ver qué tipo de lencería se compraría. En la vidriera se veían sensuales tangas con encaje, y bombachas con pequeños dibujitos, un tanto infantiles y sexys a la vez. Pero no se me ocurría excusa para meterme a ver, y en todo caso, si lo hiciera, lo único que ganaría sería una nueva erección, al imaginar cómo le quedaban esas prendas. Con la hermosa vista que había tenido en el cambiador de la otra tienda me conformaba por el momento.

          Era increíble lo que tardaban algunas mujeres en comprar ropa. Ya recordaba por qué había dejado de acompañar a mamá hacía años. De todas formas, por tratarse de Laura podría aguantar incluso el triple del tiempo que llevábamos ahí.

          Cuando salió de la tienda, fuimos a otra donde se compró unas remeras y un top. A mí me regaló una camisa, la que acepté avergonzado. Volvimos al patio de comida y tomamos un helado. Al terminar, Laura dijo que quería pasar nuevamente al baño antes de irnos. Me dejó a cargo de las bolsas de las compras. Cuando se perdió en el pasillo que estaba en dirección a los baños, decidí quitarme la duda. Hurgué en la bolsa donde estaba la ropa interior que había comprado. Me sorprendió la cantidad que había. Yo tenía cinco calzoncillos diferentes y me parecían demasiados. En la bolsa había al menos una docena. De todas formas, como estaba en un lugar público, no podía sacarlas para verlas en detalle. Pero sí alcancé a ver una hermosa tanga blanca con encaje; otra de color negro con un hilo dental en la parte trasera; también vi una de esas bombachitas que me habían gustado, blanca con pintitas rojas y azules. Más en el fondo pude notar algo de color rojo, pero no podía estar seguro de qué se trataba.

          Dejé de revisar, pues resultaba muy adictivo y ya habían pasado varios minutos de que la tía se había ido al baño, por lo que en cualquier momento podría aparecer.

— ¿Vamos? —dijo, cuando reapareció en el patio de comidas.

— Claro —contesté—. Quizás la próxima vez podamos ir al cine —propuse, viendo un cartel que indicaba que a unos metros se encontraban las salas.

— Si, obvio —dijo ella, y con voz afligida agregó—: disculpame, te prometo que la próxima vez voy a hacerme de más tiempo para hacer lo que a vos te gusta.

          La frase “lo que a vos te gusta”, despertó todo tipo de fantasías, y me provocó una sonrisa que borré de mis labios cuanto antes.  

— Por mí no te preocupes. La verdad que la paso muy bien con vos. Sea lo que sea que hagamos —le dije, sin mentir, aunque estaba claro que prefería pasar otra tarde bajo el agua tibia de su pileta, con ella en bikini nadando a centímetros de mí.  

          Me dio un beso en la mejilla que me hizo sonrojar.

— Y lo del cine… —agregó—, bueno, te aviso que cuando vayamos me vas a tener que llevar del brazo, porque en los lugares oscuros no veo nada.

— ¿Cómo es eso? No sabía que tenías ese problema. Deberías usar anteojos.

— Los anteojos no me servirían de nada. Tengo retinosis pigmentaria. Lo que significa que mi problema visual me afecta especialmente en la noche, y en los lugares oscuros, donde la mayoría de la gente puede moverse, para mí es casi imposible hacerlo. De día veo prácticamente con normalidad.

— Qué raro —murmuré. Mi cabeza estaba trabajando, con ese nuevo dato en mente, pero aún no tenía algo concreto.

          Me acercó con su auto hasta la parada de colectivos, y ahí nos despedimos. Cuando se acercó para darme un beso en la mejilla, yo fingí que no me había percatado de que lo estaba haciendo, giré mi rostro como para decirle algo, y de esa manera nuestros labios se juntaron.

— Perdón, soy una tonta —se disculpó ella.

— No, es que yo estaba distraído. Chau tía —la saludé, ahora sí, dándole un beso en la mejilla.

          No puedo decir que haya sido un día al que le saqué mucho jugo, ya que estaba tan lejos de cogérmela como lo estaba antes. Aunque mi relación con tía Laura se estaba afianzando, y sobre todo, tenía en mi mente material de sobra para pajearme con esa monumental hembra.

 

Sábado 10 de marzo del 2018 (mediodía)

          No lo esperaba diario. Se comunicó conmigo. Y eso que apenas ayer habíamos pasado toda la tarde juntos. Este es su mensaje: “Todavía me siento culpable por obligarte a pasar toda la tarde en un shopping. Si estás libre, Venite a casa un rato. La invité a tu mamá pero me dijo que justo había arreglado para verse con unas amigas, así que seremos sólo vos y yo otra vez. ¿Te prendés?”

          No tenía nada que hacer ese día, pero aunque lo tuviese, no perdería la oportunidad de pasar otro día con mi querida tía.

 

Capítulo 3

 

Domingo 11 de marzo del 2018 (madrugada)

               Llegué al barrio privado donde vivía tía Laura a eso de las dos de la tarde. Esta vez el viejo se puso difícil cuando le pedí el auto prestado, así que tuve que ir en colectivo. Un garrón, ya que llegué bastante transpirado. En la entrada un tipo de seguridad, a quien la vez anterior no había visto, me pidió el documento.

— Ah. Vas a lo de Laura —comentó, mientras tomaba mis datos.

               Me llamó la atención la familiaridad con la que la nombraba. Quizás debería aclararle que no iba a lo de Laura, sino que me dirigía a la residencia de la señora Laura, como para ponerlo en su lugar. Pero en ese momento no se me ocurrió hacerlo. En cambio, sí me dio mucha curiosidad saber por qué la nombraba como si tuviera confianza con ella. Dudaba de que una hembra como Laura se fijara en alguien como él, un simple vigilante de seguridad. Y mucho menos imaginaba que ese tipo fuese capaz de darse el lujo de pasar una noche con una escort de la talla de Jade —salvo que gastase todo su sueldo en ello—. La tía era para billeteras abultadas. Para hombres de autos importados, de cuentas bancarias en el exterior, de casas para vacacionar en Punta del este. En fin, fui caminando hasta llegar a lo de Laura.

               A riesgo de decir una frase muy trillada —y además bastante cursi—, verla siempre me dejaba sin aliento. Mi personalidad naturalmente tímida, se veía aún más intimidada cuando la tenía cerca. Debía hacer un increíble esfuerzo para actuar con normalidad, y para no dejar en evidencia que no era más que un adolescente pajero frente a su crush. Eso sí, después de un rato se me pasaba.

               Esta vez vestía de una manera que podía considerarse normal: una remera negra y un pantalón de jean azul. Sin embargo, en un cuerpo tan exuberante como el suyo, cualquier prenda lucía bien.  De hecho, si bien esas ropas le quedaban bastante sueltas, lejos estaban de poder ocultar el imponente físico de la escultural escort.

— ¡Hola! Pudiste venir —saludó mi querida tía. Me gustaba esa voz cantarina y un poco chillona que tenía. En realidad, era un tono de voz que en cualquier otra persona me podría resultar irritante, pero en ella todo estaba bien.

               Me dio un abrazo, y como ya era mi costumbre, aproveché para estrecharla en mi cuerpo y de esa manera sentir sus pulposas tetas. Extendí ese abrazo lo más que pude, mientras le daba un beso en la mejilla y mis manos rodeaban su cintura. A pesar de estar por encima de sus nalgas, sentir la curvatura se esa parte de su cuerpo, me generaban todo tipo de fantasías. Unos centímetros más abajo, y ya estaría palpando su orto. Pero debía contenerme. Si la iba a manosear, debía hacer como en la tarde en la que fuimos de shopping: esperar al momento indicado, para no quedar en evidencia.

— Cómo va eso —pregunté.

               Ella me llevó, abrazada por el hombro, hasta adentro de la casa, cosa que yo aproveché para no soltar su cintura.

— Bien. Bah... Qué se yo —dijo, sin terminar de decidirse si quería abrirse conmigo o no.

— Bueno, es la costumbre decir que estamos bien. Pero a mí me podés contar la verdad —dije.

               Nos sentamos en la sala de estar.

— ¿Querés té helado? —me ofreció.

— Preferiría un vaso de birra —dije.

               Ella sonrió y se lo pensó un rato. Por momentos parecía que me consideraba un niño.

— Bueno, ya estás lo suficientemente grandecito. Además, estás de suerte. Tengo un par de latas en la heladera. Aunque no es lo que más me gusta tomar, siempre es bueno tener algunas de reserva.

— Una chica precavida. Cada día me gustás un poco más —solté, sin pensármelo mucho.

               Por suerte, ella no vio el verdadero significado de mi frase. Habrá pensado que eso de que cada día me gustaba más significaba simplemente que cada día me caía mejor.  Se fue hasta la cocina, moviendo su hermoso orto de un lado a otro, y volvió con dos vasos de cerveza.

— Contame —le dije, cuando se sentó frente a mí—. No creo que pueda darte grandes consejos, ya que no sé una mierda de la vida. Pero puedo escucharte —agregué después, con franqueza.

— Me gusta tu sinceridad —dijo, con una sonrisa que hizo que apareciera ese gracioso agujero que tanto me gustaba en una de sus mejillas. Un pequeño detalle que contribuía a resaltar aún más la belleza de su rostro.

— No me digas que tenés mal de amores, porque no te lo creo. Y evidentemente tampoco tenés problemas económicos —dije, lanzando una mirada panorámica a toda la casa.

— ¿Y por qué no iba a tener problemas de amor? —retrucó Laura. Estuve a punto de mencionarle alguna tontería del tipo “nadie perdería la oportunidad de tener una historia de amor con una mujer tan hermosa e interesante como vos”, pero quizás intuyendo que yo iba por ese lado, me ganó de mano cuando agregó—: Todas las mujeres tenemos ese tipo de problemas. Todas fuimos rechazadas alguna vez. Incluso una diosa como yo —agregó,  en tono jocoso—. Pero no es exactamente eso lo que me pasa.

— ¿Y entonces?, ¿qué es lo que te pasa? —pregunté, con sincero interés.

— Bueno, quizás la crisis de los treinta se me adelantó un par de años —dijo, soltando una corta y triste carcajada—. Dentro de un par de semanas cumplo veintisiete, y me estoy replanteando muchas cosas. Siento que no hice nada demasiado útil con mi vida. Incluso estoy pensando en empezar una carrera.

— Bueno, nunca es tarde para volver a empezar. Además, todavía sos muy joven —dije.

               Suponía que una de las cosas que se estaba replanteando era eso de andar vendiendo su cuerpo al mejor postor. Eso sería una pena, ya que desde hacía tiempo me estaba devanando los sesos para buscar la forma de cogérmela. Si se retiraba justamente ahora, perdería la única oportunidad que tenía de lograrlo.

— Pero en fin… fuera de mi crisis existencial, no tengo grandes problemas. Salvo…

— ¿Salvo? —pregunté. Afuera se escuchó el sonido de un trueno—. Parece que la tarde de pileta va a quedar para otro día. El clima nos quiere encerrados acá —agregué.

— Salvo que… Bueno. En realidad, me quedé pensando en esto que me dijiste. O, mejor dicho, en lo que yo te dije. De que todas las mujeres tenemos problemas de amores. Pero a mí me pasa algo en particular con eso.

— ¿Ah, sí? —pregunté, dándole un sorbo a la cerveza.

— La verdad que no pensaba contarte esto. Pero como me da la impresión de que puedo confiar en vos. Además, te considero no solo mi sobrino sino también un excelente amigo en potencia —dijo tía Laura, con unos ojos llenos de esperanzas.  

— Claro. Yo pienso lo mismo. En cuestión de tiempo vamos a ser grandes amigos. Y, aunque quede mal que lo diga yo mismo, todos me dicen que soy muy discreto, y que sé guardar secretos —dije.

               Esperaba que lo que me quería decir estuviera de alguna manera relacionado con su vida clandestina, aunque dudaba que me lo dijera directamente.

— El tema es que desde hace bastante tiempo… Desde chica de hecho, noto que los hombres tienen un gran interés por mí. Pero ese interés nace de un a atracción meramente física, y luego parece imposible que me vean de otra forma… no sé si me explico.

— Los hombres te ven como una sex simbol —dije—. Aunque me resulta difícil creer que realmente ninguno pudo ver más allá de tu belleza física. Alguno se habrá enamorado de vos —aseguré, orgulloso de poder hilvanar varias oraciones bien armadas de seguido.

— Claro que tuve mis historias de amor —dijo la tía, melancólica—. Pero siempre terminaban mal. Y otra cosa, no creo que los hombres me vean como una sex simbol, mas bien yo diría que me ven como un objeto sexual.

               Me sorprendió la sinceridad con la que me hablaba, y sobre todo, lo directa que era. No sé si era por la cerveza —aunque apenas estábamos terminando el primer vaso—, o por el cielo encapotado que la sumía en esa melancolía, o simplemente porque no tenía a nadie en quien confiar en este puto mundo, y se veía obligada a desahogarse con su sobrino adolescente. Creo que esa fue la primera vez en la que yo mismo dejé de verla sólo como un objeto sexual —y en mis fantasías, como un juguete sexual—. Otra hipótesis que se me ocurre ahora, mientras escribo estas líneas, diario, es que me decía esas cosas a propósito, porque sabía, o al menos intuía, que nuestra relación filial no impedía que sintiera lujuria por ella. Si fuese así, si notaba mi atracción, habría de ser muy duro para ella, pues justamente en ese momento en el que se cuestionaba sus relaciones con los hombres de su vida, resultaba que hasta su propio sobrino se la quería coger. Si lo pienso desde esa perspectiva, siento un poco de lástima por la tía, e incluso hasta un poquitín de culpa.

               Pero, por otra parte, no podía evitar pensar que esa intimidad que se estaba gestando entre nos, era algo bueno. Me sentía como un lobo con piel de cordero, escuchándola como un sensato consejero a la vez que la desnudaba —y la violaba—, en mi imaginación.

— En mi vida sólo tuve dos noviazgos serios —dijo la tía—. El primero lo corté yo porque era un enfermo de los celos. Y el segundo…

— ¿El segundo?

— Le fui infiel —dijo, como escupiendo las palabras—. Era muy pendeja. Pensé que no se iba a enterar, y que, en todo caso, si se enteraba, me iba a perdonar. Pero no pudo perdonarme. Intentamos volver varias veces, pero siempre sacaba a relucir la infidelidad. Como si ese acto me condenara a ser una puta para siempre. ¿Querés otra cerveza?

— Claro. Pero ya la voy a buscar yo. Que venga de visita no significa que tengas que ser mi sirvienta.

               Fui a por las cervezas. Me quedé pensando en la última frase que dijo: “condenada a ser una puta para siempre”. Se me ocurrió que esa manera en la que tenemos los hombres de mirarla, de alguna manera la orillaron a convertirse en una escort. Algo así como decir: Bueno, si de todas formas me van a tratar como una puta, seré una puta y listo. Aunque era demasiado pronto como para estar seguro de cualquier cosa.

— Y al primer novio, al celoso ¿Le fuiste infiel? —pregunté, entregándole el vaso lleno de cerveza.

— Eso es lo gracioso —contestó, con una sonrisa triste—. A ese imbécil nunca lo cagué. Me jodía hasta cuando otro tipo me miraba, como si eso fuera culpa mía. Pero nunca lo engañé. En cambio, Marcelo era un amor, y tuve que meter la pata.

— ¿Y por qué lo hiciste? —pregunté.

— Según lo que alcancé a deducir en terapia, soy algo autodestructiva. Al menos en lo que respecta a las relaciones amorosas. Ya ves que me metí en una relación tóxica, y en cambio

cuando tuve una buena relación la cagué.

— Ah, vas a terapia —comenté.

— Iba —dijo. Noté que en su mirada había indignación. Supuse que durante su tratamiento había sucedido algo que la desilusionó.   

— ¿Tu terapeuta era hombre? —pregunté. Noté, a través de la pared de vidrio que daba a la pileta, que se había largado una fuerte lluvia.

— Veo que sos muy perspicaz. Sí, era hombre.

— Y no se comportó de la manera más profesional ¿Cierto?

— El tipo trataba de ser sutil, pero yo me daba cuenta de que tenía onda conmigo.

               Cuando dijo eso, casi me atraganté con la cerveza. Si se había percatado de que un profesional como un psicólogo sentía cosas por ella, un pibe de diecinueve años como yo, quien más de una vez le hizo notar su erección, quedaría en evidencia ante una chica tan perceptiva como ella. Pero por otra parte pensaba que, gracias a estar tan acostumbrada a generar esa atracción desbocada en los hombres, no le escandalizaba el hecho de que yo fuera un de ellos. Además, no podía obviar el detalle de que acababa de conocerla, contando ya con diecinueve años. Hasta ahora meras especulaciones diario.

— Bueno, vos fuiste mucho más responsable que él y supiste terminar con ese tema —comenté, como para darle ánimos.

               La tía largó una risita traviesa, aunque no carente de ese gesto de tristeza que la había embargado desde que comenzó a confesarse conmigo.

— Al día siguiente de que le dije que quería terminar con la terapia, me escribió. Esa misma noche estábamos cogiendo —dijo.

               Cerró la boca estrepitosamente. Por lo visto, se había arrepentido de usar una frase tan explícita conmigo. Pero yo actué con total naturalidad —o al menos eso creo—.

— ¿Y fueron amantes mucho tiempo? —quise saber.

— No. Para empezar, estaba casado. Y además, sólo me quería para eso —dijo, refiriéndose, obviamente, a que el tipo sólo quería cogerla.

               No pude evitar sentir bronca hacia ese psicólogo. Se suponía que era el responsable de ayudarla a superarse, y se terminó sumando a la interminable fila de hombres que se la querían coger.

               De a poco iba conociendo más y más de la tía. Estaba claro que sus relaciones conflictivas no se limitaban a los dos novios que tuvo. Y así como estaba la historia del psicólogo, seguramente tendría muchas otras.

— Pero bueno, no era la idea aburrirte con mis historias de desamor —dijo, cambiando el gesto por una sonrisa preciosa, esta vez totalmente genuina.

— No me aburrís para nada —fue mi obvia respuesta.

— De todas formas. ¿Qué te parece si vemos una película?

— Claro —dije.

               Lo cierto era que hubiese preferido que me siguiera contando sus cosas. Pero ya habría tiempo para eso.

               La tía Laura me preguntó si prefería Netflix o Prime video.

— La verdad que de Netflix ya vi casi todo lo bueno. Así que opto por Prime —dije—. ¿Traigo más cerveza?

— Dale. Y si querés traete unas papas fritas que están en la alacena.

               Lo de la cerveza podría ser una buena excusa para seguir desinhibiéndola. Salvo por el hecho de que estaba seguro de que me hacía mucho más efecto a mí que a ella. No solía tomar alcohol, por lo que esos dos vasos ya me estaban haciendo efecto, aunque no mucho, por el momento. Sólo sentía mi rostro un tanto acalorado.

— ¿Ves? No fuimos al cine, pero esto es casi lo mismo —dijo Laura, cuando apagó la luz.

               La verdad que tenía razón. La pantalla curva de cincuenta y cinco pulgadas, y los parlantes que estaban conectados a ella, generaban la sensación de que realmente estábamos en un cine. Después de algunos minutos de deliberación, escogimos una película de terror. Se trataba de una en donde una joven pareja se mudaba al pequeño pueblo natal de ella. Pronto fueron acosados por los lugareños. En un momento, hubo una escena muy fuerte. Me sorprendió mucho encontrar una película con una escena tal en esa plataforma. Resultaba que uno de los lugareños era un viejo novio de la chica. Los amigos de este tipo convencieron al miembro masculino de esa pareja a ir de caza, quedando la mujer sola. Luego, este exnovio apareció en su puerta. Todo indicaba que pretendía abusar de ella. Vi de reojo a la tía Laura, quien resopló. Supuse que la escena no escandalizaba a la tía en absoluto, pero seguramente se sentía incómoda al verla conmigo. Por mi parte, vi, fascinado, cómo esa escena de aparente violación se convirtió en una de dominación. La chica, al principio intimidada, luego se sintió tentada por aquel amor de adolescencia. Finalmente, se la cogió con rudeza sobre el sillón de la sala de estar, mientras su pareja, ingenua, jugaba a cazar venados con unos desconocidos, quienes lo habían alejado de su casa a propósito.

               Está de más decir que en ese momento tenía la pija totalmente al palo. En la posición en la que estaba, la tía podría verla fácilmente. Si bien la sala estaba a oscuras, la luz de la pantalla nos alcanzaba lo suficiente como para que nos viéramos el uno al otro.

— ¿Qué pensás? —preguntó ella, haciéndome exaltar—. ¿Eso debería considerarse infidelidad?

— Claro —respondí yo—. Está claro que al final le gustó.

— Pero al principio le dijo que no —remarcó Laura—. Se sintió intimidada y terminó por aceptar.

— Bueno. Es cierto que es una situación fuera de lo común. Pero escuchaste cómo gemía, ¿cierto?

— El cuerpo suele reaccionar a ciertos estímulos. Eso no significa que en su mente lo haya consentido.

— Bueno. No lo había pensado de esa manera. Pero tenés tu punto —dije.

               La tía se había puesto un tanto tensa. Me pregunté si ella había pasado por una situación como esa: viéndose obligada a dejarse coger por algún tipo. Pero no me pareció buena idea preguntárselo. Terminamos de ver la película, que salvo por esa escena polémica, estuvo bastante bien.

— No parece que quiera parar —dijo después Laura, refiriéndose a la tormenta.

               Me pregunté si me ofrecería quedarme a dormir con ella. Es decir, en su casa. Pero apenas eran las seis de la tarde. Todavía faltaba mucho para el anochecer. Lo bueno era que, con tremenda lluvia, tenía excusa para quedarme más tiempo junto a ella.

               Se había quedado parada frente al ventanal, mirando la tormenta desatarse. Me dieron muchas ganas de abrazarla por detrás y comerle la boca. El alcohol no hacía fácil que me contuviera. Estaba en una pose en la que sacaba el culo para atrás. Fui con ella a mirar la lluvia. Rodeé su cintura con el brazo y la atraje hacia mí.

— Va a estar todo bien —le dije—. Sos una mina increíble. Ya te va a ir mejor con los hombres.

               Laura me miró con ternura. Sus mejillas enrojecieron levemente. Me dio un beso en la frente.

— Sos un divino —me dijo.

               Y entonces ya no pude más. Me aferré con más fuerza a su cintura. Vi su boquita, que estaba formando una trompita. Arrimé mis labios con velocidad.

               Y ella los esquivó. El beso terminó en su mejilla.

— A ver ¿Qué podemos hacer ahora para no aburrirnos? —dijo, haciendo de cuenta que nada había pasado.

               Me preguntaba si realmente no lo había notado. Pero lo más probable era que estuviera fingiendo no hacerlo. No la culpaba, pues verse envuelta en una situación como esa con su propio sobrino habría de ser muy incómodo.

               Me dije todos los insultos que conocía en mi cabeza. Por poco había arruinado todo por un impulso. Y si no lo había hecho, fue simplemente porque Laura decidió ser indulgente conmigo. Ahora la pobre volvía a confirmar eso de que todos los hombres sólo la querían para llevársela a la cama. Mi papel de confidente no era más que una excusa para entrar a su corazón, y había sido descubierto fácilmente.

               Sin embargo, la tía no pareció molesta conmigo. Tal vez el alcohol y el hecho de que yo fuera mucho más joven que ella era lo que la hicieron optar por no recriminarme nada. Quizás su mayor cuestionamiento era consigo misma. Se preguntaría cómo carajos hacía para calentarle la pava a todo tipo que conociera, incluso si ese tipo tenía una relación filial con ella.

               Unos treinta minutos después la lluvia mermó considerablemente.

— Bueno, creo que ya me voy a casa —dije.

La verdad era que temía que si me quedaba más tiempo haría alguna invencibilidad más.

— Está bien. Yo tengo que hacer unas cosas, y la noche salgo con las chicas —comentó ella—. La próxima te invito, pero esta vez es una reunión sólo de chicas —aclaró después.

               Me preguntaba si sus amigas eran tan lindas como ella, o al menos algo cercano a eso, ya que me costaba imaginar a una mujer igual de bella. Y también me preguntaba si esas amigas eran unas putas como Jade. Luego, pensándolo mejor, se me ocurrió que lo más probable era que tenía una cita con un cliente. Pero hace unos minutos comprobé que agregó contenido a su historia de Instagram. En efecto, estaba en un bar con tres amigas. Todas veinteañeras, con cuerpos perfectos, aunque ninguna de ellas le hacía sombra.

               Me costó conciliar el sueño. Estaba preocupado por lo que pudiese suceder ahora que había quedado como un tonto frente a ella. Laura se había comportado muy amablemente, pero quizás después, cuando lo meditara mejor, decidiera no invitarme más a su casa, ni a ningún lugar.

Domingo 11 de marzo del 2018 (tarde)

               Le envié un mensaje, preguntándole que cómo le había ido. Me clavó el visto.

Sábado 17 de marzo del 2018

               Creo que realmente la cagué. Pasó casi una semana y no tengo novedades de ella. Tampoco le mandé muchos mensajes, porque no quiero molestarla. Realmente la estoy pasando mal. No sé si será una especie de capricho, o es que estoy sintiendo cosas por ella, más allá de la enorme calentura que le tengo. Hoy le mandé un mensaje a mi amigo Cufa, a ver si hacían algo con los pibes. Me dijo que a la noche van a un boliche. No me gusta bailar, ni ponerme en pedo. Pero por esta vez voy a salir para despejar la cabeza.

Domingo 18 de marzo del 2018

               Quizás debería tomar más alcohol. O, mejor dicho, hacerlo más de seguido. Porque con esto de tomar poco, cuando lo hago pierdo el control enseguida, y hago estupideces como lo que hice con Laura.

               Bueno, en el boliche no hice tantas estupideces, aunque Cufa, Nery y Fer, me gastaron toda la noche porque no tardé ni una hora en empezar a tambalearme de acá para allá. En la fila del baño me comí a una petisa culona, que me dio un tortazo cuando empecé a manosearle el culo con demasiado entusiasmo.

               Debo tener alma de viejo, porque a eso de las cuatro de la mañana ya quería volver a casa.

— Pero si esto recién empieza, maricón —me dijo Nery, quien no se destaca por ser el más sensible del grupo.

— Dejalo que se vaya —me apoyó Fernando, alzando la voz por encima de la música que salía de los parlantes—. Si no tiene ganas de estar, que no esté.

               Llegué a casa media hora después. Me quité la ropa y me metí a la cama.

— Trescientos dólares —dije, pensando en voz alta—. Necesito trescientos dólares para cogerme a la puta de mi tía.

               Estaba convencido de que, con el tiempo, podría juntarlos. Pero la dificultad de estar con Jade no estaba ahí, sino en hacerlo sin que me reconociese. Pensé, no por primera vez, en hacerme de un disfraz, para ir a entretenerme con ella. Quizás una barba postiza. Quizás algún lunar pintado en alguna parte que llamara la atención. ¡No podía ser tan difícil! Mientras pensaba en todo esto, obviamente, no podía parar de acariciarme la verga.

               Me dormí, así como estaba, con la mano adentro del bóxer.

               Un rato después me despertó las ganas de mear. Me salí de la cama y fui así nomás hasta el baño. Antes de entrar, noté que el baño está ocupado. Cosa rara, ya que mamá y papá tienen su propio baño dentro de su cuarto. Esperé unos segundos y la puerta se abreió.

— Tía Laura —dije, sin estar seguro de si lo que sucedía era real o si estaba soñando. Vestía un short y una remera, que hacían de pijama.

— Luis —dijo ella. Pareció divertida al notar que estaba ebrio. Eso me alivió enormemente. No podría soportar que estuviera molesta conmigo—. Tu mamá me invitó hoy. Pensé que en algún momento te nos ibas a unir. Estuve esperando toda la tarde.

— ¿De verdad? —pregunté—. ¿Me estuviste esperando? A mí nadie me espera —dije con la sinceridad de un borracho.

— No seas tonto.

               La situación era patética. Yo estaba alcoholizado y soñoliento, y sólo vestía mi ropa interior.

— Tengo que mear —dije. Ella se hizo a un lado.

— Okey, yo me voy a dormir. Mañana… o mejor dicho, hoy me quedo un rato. Pero creo que para cuando te despiertes ya no voy a estar. Así que chau —dijo, y me dio un tierno beso en la mejilla.

— Pero ya nos vamos a volver a ver ¿No? Vos y yo solos. La paso muy bien cuando estamos los dos solos.

— Lo sé —dijo ella.

— ¿Y vos no?

— Sí, yo también la paso bien con vos.

— Entonces ¿Me prometés que nos vamos a ver? —dije, casi rogando, de manera patética.

— Hablamos en estos días —dijo, dándome una palmadita en la espalda, para luego marcharse.

               Estuve a punto de decirle que entonces contestara mis mensajes, si no, nunca íbamos a coordinar una nueva salida. Pero las ganas de mear me vencieron, y tuve que meterme en el baño.

               Volví a mi cuarto. Pero el hecho de que ella estuviera durmiendo tan cerca de mí, no me dejaba volver a pegar el ojo. Estuve dando vueltas en la cama durante un buen rato, hasta que no pude más.

               Me puse un pantalón, y me fui hasta la habitación de huéspedes, donde estaba descansando tía Laura.

— ¡¿Qué hacés?! —dijo, sorprendida, pues yo había entrado sin golpear siquiera.

— Yo lo sé tía —dije, susurrando—. Yo sé la verdad sobre vos.

 

 

Continuará


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