miércoles, 4 de noviembre de 2020

Cuidando a mi sobrina huérfana


Cuidando a mi sobrina huérfana


 1

Cuando me enteré de que mi hermano había fallecido, no supe cómo reaccionar. Teníamos el mismo padre, pero él fue producto de una relación anterior, cuando todavía no se conocía con mi madre.
Por celos y desconfianza, mamá nunca había permitido que José forme parte de nuestra familia. Yo, si bien estaba consciente de que teníamos la misma sangre, no albergaba los sentimientos que deberían tener los hermanos. Para mí, era más bien, un primo, o un tío más, al que veía un par de veces al año.
No es que me llevara mal con él. Al contrario, tengo gratos recuerdos suyos. Como me llevaba diez años, solía contarme cosas que siendo chico no conocía. Fue el primero en mostrarme una mujer desnuda en una revista porno. Recuerdo que al ver el sexo femenino, totalmente expuesto, me causó una sensación desagradable, aunque, claro, con el tiempo fui comprendiendo las bondades de la vagina.
Pero luego nos fuimos distanciando. Él, ya adulto, se había mudado lejos, y había formado una familia. Estaba casado con una mujer muy linda, y cuando yo rondaba los quince conocí a su hija, una nena de dos años que le encantaba que le alce upa.
Pero la noticia de su fallecimiento me llegó a mis treinta y un años, hecho un profesional, con varias separaciones en mi haber, por lo que, en lugar de abatirme por saberlo, sólo me limité a caer en recuerdos nostálgicos que no llegaban a entristecerme del todo.
Sin embargo, todo tiene sus consecuencias, y cuando mi hermano dejó de existir, sin saberlo, fue el responsable de hacerme experimentar una de las experiencias más pasionales y morbosas que haya vivido.
2
— Es que no tiene a nadie Gabriel, la tenemos que cuidar nosotros. — dijo mamá.
— No sabía que su mamá también se había muerto. — comenté yo.
Estábamos con mamá y papá, tomando mates, mientras conversábamos sobre el reciente fallecimiento de José.
— Nosotros tampoco. — dijo papá. — pero nos enteramos de que hace dos años tuvo un accidente.
— ¿Y sus parientes del lado materno?
— Su familia es una mierda Gabriel. — se indignó mi madre. — no la van a ayudar. Es la nieta de tu papá. — dijo, apretando la mano de papá, en el gesto más tierno que vi en mucho tiempo. — Yo le negué que se relacione con su hijo, por estupideces de la juventud. Pero ahora me siento arrepentida, saben. — se puso a llorar. Me dio mucha pena.
— Tranquila Mechita, eso ya está. — dijo papá, consolándola. — lo importante es que ahora cuidemos de la nena.
— ¿Pero por qué se tiene que quedar en mi casa? ¿No es mejor que se quede con ustedes? — inquirí.
— Vos tenés más espacio Gaby. Ya sé que hiciste esa pieza para cuando tengas una familia. Te prometemos que cuando podamos, le vamos a hacer un cuarto acá adelante a la nena, pero mientras, dejala que duerma ahí. — explicó papá. — la vamos a cuidar nosotros. Vos no tenés que hacer nada, sólo deja que duerma en la habitación de más que tenés en la casa del fondo.
— Bueno, por lo visto no me queda otra…
3
Nunca terminé de independizarme de mis viejos. Cuando pude juntar un buen montón de plata, me di cuenta de que no me alcanzaba para comprar una casa, y como no me gustaba ponerme en deudas, para ahorrar, utilicé el mismo terreno donde viven mis viejos, y levanté una linda casilla, ahorrándome unos buenos mangos.
Pero era un poco incómodo, porque ellos vivían adelante, y teníamos un solo portón para entrar y salir, por lo que ellos conocían todos mis movimientos.
Mi sobrina llegó una tarde calurosa de marzo. “La nena” como le decía mamá, se llamaba Micaela y tenía dieciocho años.
Cuando mis padres me avisaron de que había llegado fui a recibirla junto a ellos.
— Hola Mica, bienvenida. — la saludé, mostrándome lo más simpático posible. A pesar de que, de alguna manera, venía a irrumpir en mi apacible vida, debía hacerla sentirse cómoda, puesto que acababa de perder a su padre, y no hace mucho había perdido a su madre.
— Gracias. — dijo ella. Estábamos en el living de la casa de mis viejos. Papá cargaba los bolsos que ella había traído.
— ¿Qué querés tomar nena? — preguntó mamá, desde la cocina.
La nena tenía la boca grande y los labios gruesos, pelo castaño ondulado, y ojos verdes grisáceos.
— Un vaso de agua nomás. — dijo.
— sentate querida, sentate. — dijo papá, y luego se dirigió a mí. — Gaby, andá llevando los bolsos a tu casa. Después te ayudo.
— No te preocupes viejo, yo puedo solo. — dije, y fui llevando los bolsos mientras mis viejos, le hacían un sutil interrogatorio a la pobre Micaela.
— Después Gaby te va a mostrar tu dormitorio. Vas a dormir en la casa del fondo, donde vive él, pero hacé de cuenta que esta es tu casa. — le dijo mamá, cuando me sumé a la reunión. — podés venir a ver la tele, o a hacerme compañía.
Micaela me escrutó con sus ojos, yo le sonreí, tratando de ocultar la incomodidad que todavía me causaba su intempestiva irrupción en mi vida.
— Cuando quieras vamos y te muestro.
— Dejala descansar que recién llegó, pobrecita. — dijo mamá.
—Pero si no la estoy apurando. — me defendí.
— Está bien, no estoy cansada, vamos ahora si querés.
Fuimos a mi casa, mientras mis viejos se quedaban cuchicheando.
— Acá está bueno para sentarte a leer o a hacer la tarea. — le dije, mostrándole el banco y la mesa de cemento que estaban bajo un árbol, en medio del terreno que compartía con mis viejos. — Me dijeron que vas a la escuela todavía ¿no?
— Si, tuve que repetir un año. — dijo, algo avergonzada. — pero tendría que anotarme en una escuela de acá, y no sé si será muy tarde ya.
— Mamá se estaba ocupando de eso, no te preocupes. Vení, pasá.
Entramos a mi casa. Era una construcción humilde, pero acogedora. El living y el comedor compartían el mismo espacio abierto, al igual que la cocina.
— Acá está tu cuarto. — abrí la puerta y entramos. — ahora te ayudo a ordenar todo.
— Gracias. — dijo Micaela. — Gracias por todo. — sus ojitos verdes se tornaron acuosos.
Pensé si era oportuno abrazarla, pero no estaba seguro de si sentiría cómoda con ese gesto.
— De nada, para eso es la familia. — le dije.






4
Una vez que terminamos de ordenar todo, en la nueva pieza de Micaela, fuimos a cenar con papá y mamá.
Ese día yo tenía franco, pero trabajaba cinco días a la semana, así que no vería mucho a mi sobrina. Solía llegar del trabajo rayando la medianoche, y por la mañana ella empezaría a ir al colegio, así que no debería preocuparme mucho por sentirme invadido en mi privacidad. Más adelante mi viejo levantaría una nueva habitación en su casa, y ya volvería a disfrutar de mi intimidad.
Micaela se mantuvo bastante silenciosa, y ninguno de los tres (ni siquiera mamá) quiso incordiarla con preguntas.
Fui a mi casa, y le dije que cuando quiera se vaya a dormir. Se quedó con mamá, mirando una película de adolescentes, y probablemente charlando. Se fue a dormir a las once de la noche. Se la notaba un tanto perdida, desplazándose por mi casa, la cual, seguramente le parecía totalmente ajena.
— Sentite como en tu casa. — le dije. — duchate si querés. Ah, y si querés mirar tele, quedate todo el tiempo que quieras, aprovecha ahora que dentro de poco empezás las clases.
— Gracias, voy a dormir enseguida.
Me desperté a la madrugada con ganas de hacer pis. Estaba más dormido que despierto. En ese momento no recordaba nada, mucho menos que tenía a mi sobrina durmiendo en la otra habitación.
Me sobresalté cuando la vi salir del baño.
— Perdón tío, no sabía que te ibas a levantar justo ahora.
Micaela llevaba un short muy corto, casi parecía un culote. Sus piernas eran largas y estaban muy ejercitadas. Sus pechos grandes, parecían querer escaparse de la remera musculosa que usaba como pijama. Noté que no llevaba corpiño. Sus ojos brillaban en la oscuridad.
Ella pareció creer que la miraba lascivamente, porque se cruzó de brazos, y se cubrió los pechos. Además, bajó la mirada, como no queriendo mirarme. Entonces me di cuenta de que yo sólo vestía un slip negro, que se ajustaba a mi sexo generando un ostentoso bulto.
— Perdón. — repitió ella. — ya me voy a dormir.
5
Como esperaba, no la vi mucho en los días siguientes. Yo llegaba muy tarde a casa, cuando ella dormía, y por las mañanas Micaela se quedaba con mamá, con quien cada día se llevaba mejor.
Luego empezó a ir a la escuela.
— ¿No te parezco ridícula con este uniforme? — me preguntó, mientras desayunábamos. Me había levantado temprano para prepararle el café con leche con tostadas, porque la noche anterior mamá me había dicho que no se sentía muy bien y quería descansar. — además me parece que me queda chico. — Agregó Micaela. Se puso de pie, y se apartó un poco de la mesa, para que la vea bien. — ¿A vos qué te parece tío?
La pollera escocesa le quedaba bastante corta. Sus piernas atléticas quedaban a la vista. La camisa, muy ceñida, con la corbata en medio de las tetas que parecían a punto de explotar. Tenía un cuerpo demasiado voluptuoso para esa uniforme, aunque yo dudaba de que comprarle uno de un talle más solucionaría el problema. En realidad, sus formas generosas se acentuaban con cualquier tipo de ropa.
— No, si te queda bien. — dije, no sin sentir cierta aprensión al imaginármela caminando por La calle, sola, teniendo que tolerar las miradas depravadas y los piropos subidos de tono de un montón de idiotas. — Te llevo yo. — le dije.
— ¡Pero no tío! — rio ella. — No soy una nena, puedo ir sola. Pero igual gracias, me gusta que te preocupes por mí.
Me dio un beso ruidoso en la mejilla y se fue. La vi salir de espaldas, su pollera se agitaba levemente cada vez que daba un paso. Muchos de sus compañeros estarían contentos de que la chica nueva sea una bomba sexy. Con ese uniforme parecía un personaje de un animé hentai, parecía salida de mis fantasías de adolescentes.
Cuando recordé que aquella chica con la que me estaba excitando era mi sobrina, ya era demasiado tarde, mi sexo estaba hinchado. Fui al baño a desahogarme.
6
Me preguntaba hasta qué punto mis fantasías me convertían en un pervertido. Después de todo, no eran más que eso: fantasías. En el trato cotidiano con Micaela, yo actuaba normalmente. Como un tío, como un adulto que cuidaba de la hija de su hermano fallecido. Al menos eso me gustaba creer.
Solía llegar muy tarde, cuando ella ya estaba durmiendo. Y por la mañana la escuchaba levantarse y ducharse, para luego prepararse el desayuno, o ir a la casa de adelante a desayunar con mi mamá. Realmente no representaba ninguna molestia, salvo por el hecho de que a veces dejaba las cosas un poco desordenadas. Solía dejar una tanga blanca, mojada, colgando en el baño, después de bañarse, y también dejaba desprolijos los almohadones de los sillones, pero más allá de eso, era casi como si estuviese viviendo sólo, salvo los fines de semana, y los días en que yo tenía franco, donde nos veíamos más seguido.
Una vez llegó al mediodía, con el uniforme y la mochila colgada del hombro. Se la veía abatida.
— ¿Sabés matemáticas tío? — me preguntó.
— Algo me acuerdo. — le contesté. — ¿con qué tenés problemas?
— Estamos viendo funciones, y no entiendo nada.
— Bueno, si querés después de que comas te explico.
— Ya le dije a la abuela que no tengo hambre. ¿Me explicás ahora?
Abrió la carpeta con hojas cuadriculadas. Estuve mirando un rato los ejercicios y observé algunos errores.
— Ves acá está mal. El cuatro es la ordenada al origen. Vos tomaste otro valor.
— A ver. — dijo Micaela. — se levantó y se fue hasta el otro lado de la mesa, donde yo estaba. Se sentó en mi regazo. — Mostrame cómo se hace. — me dijo.
— Mirá esta es la ordenada al origen. — le dije. Sentía las nalgas duras en mis piernas. — Después es cuestión de hacer una tabla de valores.
— ¿sólo eso tenía que hacer? — se removió, frotándose conmigo. Sus nalgas se acercaban peligrosamente a mi sexo, que ya se estaba hinchando,
Me pregunté si no era correcto pedirle que se siente en la silla. Ya estaba bastante grandecita como para sentarse en el regazo del tío. Pero si no lo hice desde un principio, no tenía sentido hacerlo ahora.
— ¿Así está bien Gaby? — preguntó, mientras se inclinaba para escribir, hundiendo más sus nalgas en mi rodilla.
— Si, Mica, así está perfecto. — dije. — me voy a comprar unas cosas y después vuelvo. Vos terminá los ejercicios.
Me fui, huyendo como un cobarde. Confundido. ¿Mi sobrina estaba intentando seducirme, o sólo me tenía la suficiente confianza como para hacer esas cosas sin malas intenciones? Y, en todo caso, si pudiese responder a la primera pregunta, luego debería decidir qué actitud tomaría al respecto. ¿Estaba bien acostarse con una sobrina?
Llegué a la conclusión de que cualquier dilema ético, carecía de importancia. La carne era débil, y la atracción no discriminaba. Nunca me había sentido atraído por una chica de dieciocho años, pero había que reconocer que tenía un cuerpo increíble, y tenerla tan cerca, me hacía imposible refrenar la calentura que sentía por esa pendeja. Pero no, no podía aprovecharme de ella. Debía recordar que todavía estaba muy frágil por la muerte de su padre, y lo último que necesitaba era que un tío en quien confiaba se aproveche de ella.
Me perdí toda la tarde, yendo de acá para allá. No quería cruzármela de nuevo, no sabía qué actitud tomaría si se sentaba de nuevo encima de mí, apoyando ese culo escultural sobre mis piernas.
Visité a un amigo, que se mostró sorprendido por mi repentina aparición. Le conté todo sobre mi sobrina, y le pedí que me aconseje, necesitaba saber cuál era la actitud correcta para evitarme un enorme problema en el futuro.
— Cogela. — me contestó mi amigo.
— ¡Pero es mi sobrina!
— Gaby, no seas boludo, cogela.
Volví a casa a la noche. Cenamos con mis padres. Micaela ya estaba más verborrágica, cosa que me alegró. A pesar de que su rostro se ensombrecía cada vez que recordaba a su papá, de a poco lo iba superando.
Fui a dormir temprano. La escuché llegar a la medianoche. Seguramente se había quedado a ver una película con mamá. Me golpeó la puerta.
— ¿Estás despierto tío?
— Sí. — respondí extrañado.
— Sólo quería darte el beso de las buenas noches. — me estampo un beso tierno en la frente. — que duermas lindo. — me dijo.
— Vos también, princesa. — le dije.
— Me gusta que me digas así. Chau.
Ahí me di cuenta que no iba a poder reprimir mis deseos por ella.
7
A la mañana siguiente me levanté a eso de las nueve. Faltaban un par de horas para ir al trabajo, así que hice un poco de limpieza en la casa. Entré a la habitación de Micaela, para abrir las ventanas y que se ventile un poco. No me había dado cuenta de que ese día faltó a clases. Ella estaba acostada, boca abajo, todavía durmiendo. El ventilador soplaba sobre su cuerpo, y le movía el pelo. Las sábanas estaban corridas a un costado, sólo le tapaban parte de las piernas. Una de ellas estaba flexionada, y los labios vaginales se marcaban en la ropa interior. Tenía una bombacha blanca, con el elástico un poco corrido para abajo. Parecía invitarme a terminar el trabajo, y librar a su precioso trasero de esa prenda.
Pero no podía hacer nada. Debía bancarme la calentura, al menos, hasta estar seguro de que ella también sentía algo por mí.
— Tío Gaby. — dijo, abriendo los ojos, y girando levemente el cuello. — ¿qué pasa?
— Nada, Mica, perdón, pensé que no estabas.
— Hoy falté a clases tío. — miró las sábanas que no la tapaban, pero en lugar de cubrirse con ellas, se limitó a girar su cuerpo. La espectacular vista de su trasero fue reemplazada por la imagen de sus tetas, grandes y movedizas. — No te vayas tío — dijo, cuando notó que me daba vuelta.
— Qué necesitás. — inquirí.
— Acercate. — susurró.
Lo hice. Me senté sobre el borde del colchón. Me abrazó. Sentí sus tetas apretadas sobre mi pecho.
— Gracias por ser tan bueno tío. — me dijo.
— De nad… — me besó con esos labios gruesos. Su boca era enorme, y su lengua hábil. M tomó de la mano, y la llevó a su seno. Lo acaricié, lo apreté, y con el pulgar froté el pezón. Me manoteó el sexo, y los estimuló hasta ponerlo duro, mientras seguíamos fundidos en un beso apasionado.
Me quité las zapatillas y me subí a la cama. De repente, descubrí, desesperado, que no tenía preservativo encima. Ella pareció leer mi mente, y de la mesa de luz sacó un paquete. Le quité la ropa interior, al tiempo que mordía el paquete para sacar el profiláctico. Acaricié su panza plana, y bajé, despacio, mientras besaba su cuello, hasta llegar a sus bellos púbicos, y luego sentir los labios vaginales húmedos.
Me puse el forro, sin sacarme ninguna prenda. Sólo mi verga estaba al descubierto. Le desabroché el corpiño, la abracé, enterré mi rostro en sus tetas, y mientras las saboreaba, me acomodaba, y apuntaba, para hacer el primer movimiento pélvico.
Me enterré en ella, gimió como una hembra, no había rastros de la adolescente que era en realidad. Su cuerpo voluptuoso, ya acostumbrado a la atención de hombres maduros, me recibió gozoso. Me acariciaba el pelo mientras la penetraba, y me susurraba que por favor no pare de hacerlo.
Sus tetas eran deliciosas, tenían un sabor salado por la transpiración de una noche extremadamente calurosa. Estrujaba sus senos mientras succionaba como un bebé sus pezones, a los cuales, cada tanto mordía, haciéndola gemir con intensidad.
Resigné esa deliciosa mamada para ponerme en una posición más adecuada para intensificar el ritmo de mis embestidas. Le agarré ambas tetas y comencé a sacudirla con violencia. La cama se movía y los resortes del colchón se estremecían.
— ¡Ahí voy tío, no pares, por favor no pares! — dijo, con lo ojos verdes que parecían saltar, y con la cara roja.
No paré de cogerla hasta que acabó. Sentí su cuerpo cada vez más caliente, parecía afiebrado. Luego todo su cuerpo se tensó. Enterró sus uñas en mi espalda, y largó el grito orgásmico mientras mi sexo se empapaba con sus fluidos.
Quedamos exhaustos, abrazados. Yo con la cabeza en sus tetas, que usaba como almohadas.
8
Tuve que irme al trabajo, muy a mi pesar. Llegué a la medianoche, como siempre. Supuse que ella ya estaba durmiendo. No me había escrito ningún mensaje en todo el día, por lo que pensé que quizá se había arrepentido de lo sucedido.
Me desvestí y me fui a dar una ducha. El día se había hecho largo, y para colmo, tuve que viajar parado en el colectivo por lo que el agua caliente que caía sobre mi cuerpo me resultaba extremadamente relajante.
De repente se abrió la puerta del baño, y se corrió la cortina.
— Mica. — dije yo, feliz por su atrevimiento.
— Hola tío, ¿Te ayudo a bañarte? — estaba completamente desnuda. Su cuerpo, curvo y terso era delicioso para mi vista.
— Vení princesa, bañémonos juntos.
Micaela se metió en la ducha. Agarró el jabón, y lo frotó sobre mi pecho.
— Cuánto pelo tenés acá tío. — dijo, mordiéndose los labios. Siguió frotando, y de apoco fue para abajo. — Acá hay que limpiarte bien. — comentó, cuando llegó a mi sexo, que ya estaba a media asta. — para que sea rico saborearlo.
Enjabonó mi verga y mis bolas. Me hice para atrás para que el agua cayera en mis genitales y comience a enjuagarme. Mica lo hizo, con masajes deliciosos que intensificaban el placer debido a la humedad.
— A ver, ya está bien enjuagada me parece. — dijo, se arrodilló y con la lengua probó si era cierto. — sí, está perfecta, ningún poco de gusto a jabón, y está impecable. — Me miró, traviesa. — ¿te la chupo tío?
— Chupamela princesa.
— Sos un tío muy degenerado. — dijo, y luego se llevó la verga a la boca.
El agua caía sobre su cabello, mientras me practicaba un sexo oral digno de una puta profesional. No podía creer que con dieciocho años tuviera tanta experiencia en mamadas. Era una nena mala, pero ya la enderezaría, y sólo cogería conmigo.
Me pajeaba el tronco mientras devoraba el glande con su lengua experta. Me acariciaba las bolas con las yemas de los dedos. Cuando sintió el juguito viscozo, lo saboreó con deleite, y la chupó con más vehemencia.
— Dame la leche tío. — dijo, levantando su rostro mojado. — quiero tu leche.
— Acá tenés la leche princesa. — dije, eyaculando en su cara. — tomatela toda, o no repetís.
Luego fuimos a mi cuarto. Me tomé el tiempo de explorar cada parte de su cuerpo, y no nos dormimos hasta las tres de la mañana.
9
Al otro día me tocó franco, y me quedé en casa a esperar a que venga de la escuela.
De repente apareció mi mamá.
— Te estás llevando bien con la nena ¿no? — no sé porqué, pero creo que en su pregunta había cierta ironía.
— Sí, la verdad que sí, es una buena piba.
— Le dije a tu papá que la semana que viene empiece a hacer la pieza para ella. Así vos, el día de mañana, cuando te juntes, ya tengas un cuarto libre para tu hijo.
— La verdad que ahora no estoy pensando en hijos.
— No, ya se que no Gabriel. Bueno, te dejo. Enseguida viene Mica, y le voy a pedir que me ayude con unas cosas, así, de paso, tenés la casa para vos solo un buen rato.
— Está todo bien ma. Mica no me molesta para nada.
— Ya sé que no, hijo.
Recién a las cinco Mica apareció en mi casa.
— La estuve ayudando a la abu.
—Ya sé, me contó.
— necesito que me ayudes con la tarea tío.
Sacó la carpeta de la mochila y apuso sobre la mesa.
—Si, dale. — le dije, extrañado de que no me salude con un beso en la boca.
Me senté, y ella enseguida se sentó en mis rodillas.
— Mirá, ¿qué te parece este resumen?
Fingí leer el resumen, pero me dediqué a hacer lo que debí hacer la primera vez que se sentó encima de mí.
— Te faltan corregir algunas faltas de ortografías. — le dije, apoyando la mano en su rodilla. — Y nunca tenés que empezar una oración con la palabra pero. — agregué, rozándole la piel con las yemas de los dedos, mientras subía, despacio.
— ¿ah si? — dijo ella, casi gimiendo.
Llegué hasta su pollerita escocesas, y metí la mano por debajo, estimulando sus muslos.
— Que rico se siente. — dijo mi sobrina.
Con la otra mano le levanté la pollera. Tenía una tanga rosa. Los labios vaginales estaban muy marcados debido a que la prenda estaba empapada.
— Que rápido te mojás zorrita.
— Es que vos me ponés así tío.
Corrí la tela de la tanga a un lado y enterré un dedo, el cual se llenó de sus ricos jugos. Luego lo retiré, y me lo chupé.
— Me encanta tu gustito a concha. — le susurré, para luego darle un beso, compartiendo el sabor prohibido que tenía en el paladar.
Después la puse sobre la mesa. Ella se acomodó y abrió las piernas. Arrastré la silla para adelante, para estar bien cerca de su sexo. Besé sus muslos, dejando huellas de saliva cada vez que me acercaba a su sexo. Olí los jugos vaginales, y luego empecé a chuparle la concha. Mi cara se empapó de sus fluidos. La agarré de las caderas, apretándolas con fuerza, mientras me comía la conchita de mi sobrina. Debí ser más precavido, puesto que mamá podría aparecer en cualquier momento, tal como lo había hecho al mediodía. Pero en ese momento solo me importaba saborear el sexo de Micaela. Comencé haciendo masajes circulares con la lengua, en el clítoris, y no tardó en acabar.
Era encantador verla sobre la mesa, con el uniforme de colegiala desprolijo, agitada, con la pollerita escocesa levantada, y su sexo expuesto y empapado.
Enterré mi rostro de nuevo entre sus piernas, tomé de su jugo prohibido. Luego hice que se siente sobre mí. Introduje mi pija moricilloza en ella, y con sus poderosas piernas Mica se encargó de todo. Yo solo me quedé sentado, con la verga al palo, mientras ella flexionaba las piernas para clavarse mi sexo, y las enderezaba, una y otra vez, generando una sensación deliciosa. La abracé, acaricié su culo, duro como una escultura y terso como un bebé. Sentí el aroma de su pelo, que se mezclaba con el olor a sexo, y pensé, mientras explotaba en un orgasmo, que en la vida no había nada que me importara más que ella y que quería estar así toda la vida.

Fin

Una profesía autocomplida




 Llegando la medianoche recibió el mensaje de su novio. ‘¿Cómo estuvo tu día?’, decía. Ella estaba en el corredor, frente a su cuarto, sentada sobre una silla de madera, con la mirada clavada en la piscina, escuchando los ruidos de la noche. Le molestó leer ese mensaje. ¿De verdad querés saber cómo estuvo mi día, Carlos?, pensaba para sí misma. ¿No será que lo que querés es controlarme?

La casa en donde se alojaba era grande. Podría ser un hotel. Emilia había ido a un viaje de estudio con sus alumnos, y un grupo de profesores. Los docentes se alojaban en esa casa.
Desde que le dijo a Carlos que iba a hacer ese viaje, se comportaba extraño. Ella ya lo conocía, Carlos sentía pavor cada vez que Emilia salía con sus amigas, o cuando conocía gente nueva, sobre todo hombres. Cuando empezó como ayudante de cátedra en la facultad de ingeniería, no paraba de sacarle sutilmente información sobre sus compañeros hombres.
Emilia vio una sombra salir de uno de los cuartos. La figura oscura se acercó a la luz, y reconoció a Santiago.
Era otro ayudante de cátedra. Antes, apenas se habían cruzado un par de veces por los pasillos de la universidad, pero en los dos días que llevan en ese viaje, pegaron buena onda.
Santiago la saludó con un gesto, y se acercó lentamente.
Emilia rió, imaginando la cara que Carlos pondría si viera esa escena. Era tan inseguro el pobre. Sólo con verla charlar con otro hombre lo ponía mal.
Conoció a su novio en un Taller de teatro. Él comenzó a conversarle por mensajes. Trabaron una linda amistad, hasta que Carlos la convenció de empezar a salir. Él era tímido y muy sensible. Desde que ella empezó a darle bola, después de haberlo hecho sufrir bastante, él se había mostrado muy apocado, y aunque intentaba disimularlo, era obvio que consideraba que Emilia era mucha mujer para él.
Lo que le gustaba de su novio, era, a la vez, lo mismo que le molestaba: Su actitud bonachona, su dulzura, su incondicionalidad, su belleza sutil, su sexualidad dispuesta, pero poco salvaje. Todo eso era lo que ella necesitaba, pero a la vez, lo que la hastiaba.
— No podés dormir. —dijo Santiago, dando los últimos pasos ágiles hasta sentarse a su lado.
— Es que la noche está muy linda. — dijo ella. Santiago sonrió, mirando el cielo oscuro. De perfil se notaban sus mandíbulas fuertes. Su barba estaba recortada muy prolijamente.
— Ni siquiera en lugares como estos podemos librarnos de eso. — dijo él, señalando el celular que Emilia tenía en la mano.
— Sí, es verdad, debería dejarlo adentro y desconectarme de todo.
— No te culpo, yo también ando siempre con el celular. — sonrió, mostrando sus dientes perfectos. — Disculpá, quizá querías estar sola, y yo acá molestándote.
— No, no hay problema, no me molestás para nada.
— ¿Fumás porro? — Preguntó él.
Ella se sorprendió por la pregunta directa, pero enseguida se le pasó. Después de todo, ambos rondaban los veintisiete, estaban más cerca de la edad de sus alumnos que de sus colegas veteranos, y hasta hace no mucho tiempo, vivían la vida loca.
— Sí, pero no tengo.
— Yo sí. — dijo él.
Emilia llevaba un short corto, y notó cómo Santiago miraba subrepticiamente sus piernas. Un escalofrío recorrió su espalda. Su instinto le decía que ese instante podría marcar un antes y un después en su vida. Le vino la imagen de Carlos a su mente, pero la apartó. ¿por qué debería sentirse culpable por fumar un porro con un colega? ¿Acaso no era lo suficientemente madura como para poner límites cuando fueran necesarios? Claro que lo era.
— Bueno, prendelo. — le dijo.
— No, acá no, pueden vernos algunos de los viejos. Ya sabés como son los profesores Latrichiano y Beiró.
Emilia se puso en alerta. Si Santiago le proponía fumar en su cuarto, lo rechazaría.
— ¿Conociste el campito de golf?
— No, no fui todavía. — Dijo ella.
— Vamos.
El campo estaba detrás de la casa. Formaba parte de la misma propiedad. Caminaron con la luz de la luna y algunos ruidos lejanos como únicos testigos. No hablaron durante el corto trayecto, sin embargo, el silencio no fue en absoluto incómodo.
— Bueno, ahora no se ve nada, pero de día es muy lindo. — dijo él cuando llegaron.
— Me imagino.
Santiago sacó el faso del bolsillo, y lo prendió con el encendedor. Se sentaron sobre el pasto, con los ojos perdidos en la nada, como si hubiese algo muy interesante en la negrura. Él se puso el porro en la boca y después largó el humo denso.
— ¿Tenés novia? — le preguntó ella, sin saber por qué lo hizo, mientras agarraba el faso que le pasaba Santiago. Él sonrió. Los dientes eran más blancos que nunca en la semipenumbra. Era una sonrisa canchera, relajada.
— Sí — le respondió.
Ella estuvo a punto de preguntarle si su novia no estaba molesta por haber viajado sin ella, pero no lo hizo.
— Y vos me imagino que también.
— ¿Y por qué imaginás eso?
— No sé, en realidad no importa. — Cortó Santiago.
— Mi novio tiene miedo de que lo engañe. — confesó ella, de la nada.
— ¿No confía en vos?
— No se trata de mí, Carlos es muy inseguro, y celoso. Yo nunca lo engañé.
— La infidelidad no existe, y los celos tampoco. Las personas tenemos miedo de saber que los seres que amamos pueden llegar a compartir algo tan íntimo como el sexo con otra persona. Eso es porque tememos perder al otro. Pero el sexo sólo es sexo.
Emilia dio una pitada al porro. Quedó pensativa. Si esa misma noche engañaba a su novio ¿Qué diferencia habría? Si le era fiel, igual la haría sentirse culpable por cosas insignificantes. Culpable por sonreírle a un conocido, culpable por salir con sus amigas, culpable por no contestarle un mensaje a las doce de la noche… Lo peor era que Carlos no se enojaba con ella, ni siquiera le recriminaba nada. Sólo se limitaba a poner esa cara de pobrecito, como diciendo “por favor, no me traiciones”.
Le devolvió el porro a Santiago. En alguna parte brillaba una luciérnaga. Los dedos se apoyaron sobre su rodilla. Primero los sintió fríos, pero se fueron entibiando a medida que se frotaron insistentemente en su piel. Se miraron a los ojos. Él esbozaba su sonrisa triunfadora mientras sus dedos subían hasta meterse debajo del short. Ella lo besó, saboreó su lengua endulzada, sintió el aliento a porro y a cerveza, apoyó su mano sobre los pectorales trabados, y con la otra mano arrebató el bulto sólido que crecía bajo el pantalón.
Él la agarró de la cintura, la hizo girar. La abrazó por atrás, apoyándole su miembro. Le desabotonó el short y se lo bajó. La diminuta tanga era la prueba irrefutable de que, en su inconsciente, desde un principio quizo guerra.
La tumbó sobre el pasto. Quizá al otro día le picaría, pero ahora sólo le importaba apagar el incendio de su entrepierna. Santiago hizo a un lado la tanga, se tomó unos segundos para ponerse el preservativo, y la penetró, despacio, como pidiendo permiso, porque su verga era muy grande, tan grande que si Carlos viera cómo esa pija prodigiosa se enterraba en su novia no podría hacer otra cosa más que llorar.
A ella le fascinó sentir esa inconmensurabilidad en su sexo. Dominada por el frenesí de la pasión lo animó a que la embista con más fuerza. Santiago hizo movimientos más bruscos, y los gemidos de Emilia se convirtieron en gritos cada vez que recibía esa verga que la había convertido, al fin, en infiel.
Por una vez, no se sintió culpable, sino que se sintió muy puta, y estaba infinitamente orgullosa de eso. Su orgasmo traidor se consumió en la noche, y quedó perdido, a cientos de kilómetros de su novio.
Caminaron en silencio cómplice a la casa. Se saludaron como si no hubiese pasado nada. Emilia entró a su cuarto, puso a cargar el celular, y entonces recordó que no le había respondido el menaje a Carlos. “¿Cómo estuvo tu día?” le había escrito él. Ella se quitó la ropa para darse una ducha antes de dormir. “Estuvo hermoso mi día, mi amor” le respondió al fin.

Los licántropos violadores




 Melania pone la ropa en el canasto, mientras su hija Neferet, enjuaga las últimas prendas en el arroyo.

El atardecer no puede estar más hermoso: con el cielo despejado, y la temperatura perfecta, ni frío ni calor. El agua se siente deliciosa cuando la tocan, y dan ganas de darse un chapuzón.
Pero el buen humor de Melania no se debe exclusivamente al buen tiempo, su hija Nefi la llena de orgullo. La mira subrepticiamente. Es bastante diferente a ella. Su cuerpo esbelto y su piel blanca las heredó del padre, al igual que sus ojos verdes, y su cabello rubio. Lleva un vestido verde, bastante viejo que solo usa para hacer lo quehaceres domésticos, y lavar la ropa, y un delantal blanco. Aun así, a Melania le parece una princesa. Va a ser una excelente esposa, se dice, y el instinto maternal hace que se sienta embargada de tristeza y orgullo simultáneamente. La va extrañar mucho ¿cuándo se convirtió en una mujer? Con su cara inocente no parece tener los dieciocho años con los que ya cuenta. Neferet la mira, como si sintiese su mirada clavada en la nuca, y le devuelve una sonrisa. Estruja la ropa, y la sacude en el aire. Varias gotas pequeñas salpican su cara. El sol brilla en su rostro. Es demasiado hermosa, piensa Melania. Era evidente que apenas tuviese edad para casarse, todos los solteros de la aldea intentarían desposarla. ¡Cómo iba a extrañarla!
-¿Estás bien mami? – le pregunta Nefi, apoyando la mano en su hombro.
- Si, hermosa. – le contesta ella.
Por suerte, su futuro marido, Kilian, es un buen hombre: trabajador, responsable, y obediente de las escrituras. No le cabía duda de que llegaría impoluto al altar, al igual que su hija llegaría virgen. Además, provenía de una de las familias más acaudaladas de la aldea. El dinero no era importante, pero mejor que sobre a que falte, piensa Melania.
- Te ayudo mami. – le dice Nefi, después de que puso las últimas prendas sobre el canasto. Lo agarran una de cada lado y empiezan a caminar cuesta arriba, a través de la pequeña colina.
Neferet admira las piernas fuertes y las caderas pronunciadas de la madre. Años de ir al arroyo y volver cargada endurecieron su cuerpo. Ninguna mujer de la aldea tiene piernas tan torneadas como Melania. Y ese pelo negro salvaje, tan diferente al suyo, le encanta.
Una sombra mancha el bello paisaje verde y azul. A lo alto de la colina las espera un lobo enorme. Tiene el pelo gris, y se le ven los colmillos enormes.
- Mami… - balbucea Neferet.
- No digas nada. Retrocedamos despacio. – le dice Melania, agarrándola de la mano.
Pero el lobo salta sobre ellas y las empuja. Madre e hija ruedan colina abajo, y van a parar hasta la orilla del arroyo.
Están arañadas por las piedras pequeñas que bordean el arroyo. Melania está atontada, ve todo nebuloso. Apenas alcanza a reconocer el pelo amarillo de su hija que se para dificultosamente a su lado.
A Nefi se le hace un nudo en el estómago. Sus piernas no pueden moverse, sólo tiemblan. El lobo que las había atacado está a unos pasos y se acerca a su madre, que todavía está tirada en el piso con su cabeza dando vueltas. Nefi piensa que este es el fin. El peor fin que pudiese imaginar. Vería impotente cómo devoraban a su madre, para luego ser ella masticada por ese lobo salvaje.
El lobo se acerca a Melania, quien solo se percata de su presencia cuando ve una oscura imagen borrosa abalanzarse sobre ella. Una pesada pata con garras afiladas se apoya en su pecho. Melania siente el frío del filo raspar su piel, llora y se mea encima. Nefi continúa petrificada, y cuando sus piernas le obedecen y dan un paso imprudente hacia donde está su madre, nota que otros tres lobos la están acechando. Suelta un grito desesperado, y cuando se percata de que hasta ahora no habían pedido auxilio, suelta otro grito salvaje que hace salir a los pájaros de sus nidos. Sin embargo, la casa más cercana está a varias leguas, y sólo la improbable presencia de un caminante forastero podría salvarlas.
El lobo que estaba encima de Melania acerca su hocico babeante a la teta que no está atrapada por sus garras. La lengua lame la parte desnuda dejando una horrible capa viscosa, y luego abre la boca y cierra sus dientes sobre la tela del vestido.
Neferet observa horrorizada, pero se sorprende mucho cuando nota que el lobo solo arranca la tela del vestido. Ningún vestigio de sangre en el hocico. Uno de los tres lobos que la rodeaban se pone detrás suyo y mete la cabeza por debajo de su vestido. Le huele el trasero, y luego se lo lame empapando sus calzones. Nuevamente el miedo la congela. Uno de los otros lobos que tenía adelante arrima el hocico y lame sus piernas, mientras el tercero se une al que está encima de su madre.
Melania comienza a recuperar la visión, y lo primero que ve es la cabeza del lobo en plena metamorfosis. El hocico se aplana, los colmillos se caen al suelo, el pelo se mete adentro de su propia piel, las garras se convierten en uñas, y las patas, en manos y pies. Suelta un grito desgarrador que deja un eco resonando.
Nefi ve la imagen incrédula, mientras los lobos siguen lamiéndole el culo, y ahora también el sexo. No se había percatado de que se deshicieron de sus calzones porque está tan impresionada por lo que ve, que no está segura si está en la realidad o soñando. Los lobos que rodeaban a su madre se transformaron en extraños hombres de piel marrón. Su cara era de rasgos aborígenes, muy parecidos a los que aparecían en los libros de historia, y sus cuerpos parecían esculpidos en piedra, con los músculos increíblemente marcados, y todas sus extremidades eran enormes. Los dos estaban completamente desnudos, y el que hasta hace unos instantes, estando en su forma de lobo, dejaba las tetas de su madre al desnudo, ahora se la mamaba. Nefi nunca había visto algo así: dos hombres desnudos, enormes, imponentes, estaban encima de su madre. Un calor confuso recorre su cuerpo, y se da cuenta de que es producto de lo que está viendo, y de los masajes linguales que recibe de los lobos. Baja la mirada para ver a los animales, y nota que también se habían convertido en hombres. Tienen el pelo más negro que la noche, muy largo y enmarañado. Su piel oscura es totalmente diferente a la de los aldeanos con los que vivió toda su vida. Ambos le siguen devorando el culo y el sexo mientras los inspecciona con detenimiento.
Melania, por su parte, cree estar enloqueciendo.
- Li… Lican…. Licantro… pos. – alcanza a decir, con la voz temblorosa, mientras los lobos, ahora hombres le arrancan a tirones el vestido, dejándola tan desnuda como ellos mismos.
Tienen las manos ásperas y grandes, y con ellas la llevan unos pasos más alejados del arroyo, donde hay pasto, y la hacen girar y la ponen boca abajo sobre él.
Nefi está recibiendo masajes y besos que sabe prohibidos. No va a llegar virgen al matrimonio después de todo, pero por lo visto la cosa no es tan terrible como parecía al principio, al fin y al cabo, quizá no morirían. Se aferra a esa idea para enfrentar con dignidad la situación. A unos pasos está su madre con los otros dos licántropos. Nunca hubiese imaginado verla en una situación tan obscena. Le lamen las nalgas y la espalda mientras Melania se retuerce inútilmente para zafarse. Uno de los hombres marrones le mete un dedo en el culo, y Neferet casi al instante siguiente siente como su propio ano es invadido por un dedo grande y áspero. Da un respingo, y suelta un gemido extraño que nunca antes había salido de su boca. Los hombres-lobo la tumban en el piso, la mueven con una facilidad insólita, debido a su enorme fuerza, y ahí descubre sus falos oscuros y venosos. Nunca había visto uno, pero jamás se le hubiera ocurrido que podían ser tan grandes. Le fascina su forma un tanto torcida, asimétrica. La cabeza es más gorda que el tronco, y las bolas peludas son de diferentes tamaños. Nota que de ambas vergas sale un líquido transparente y viscoso. Se acerca más y se lleva uno a la boca. Tiene que abrirla bastante, y aun así no le entra ni la mitad del sexo del licántropo. Siente el gusto salado, y la textura pegajosa del líquido que estaba largando el falo. Lo succiona y se lo traga, no obstante, cuando se lo saca de la boca, ve que aun larga líquido de la cabeza. El sabor no era agradable, pero sí enviciante, así que saca la lengua y lame la cabeza, haciendo que la bestia con rasgos indígenas largue un suave gemido.
Muy cerca de ella, su madre Melania también está conociendo la verga de los licántropos. Uno de ellos apoyó su pesado cuerpo encima de ella, y ahora la penetra con estocadas cortas y lentas. Aun así Melania grita cada vez que es penetrada. El miembro es demasiado grande, incluso para su cuerpo voluptuoso y su sexo generoso. La piel se frota contra el pasto, mientras es ultrajada por la bestia marrón. El otro los mira con fascinación, pero viendo la mamada que Nefi le hace a sus violadores, también quiere conocer semejante placer, así que se arrodilla frente a Melania, y en unos de sus gritos le hace tragar la verga. Melania no puede evitar morder el sexo monstruoso que tiene en su boca, ya que las embestidas del otro la hacen moverse mucho, pero la piel gruesa del licántropo lo protege de los pequeños dientes de Melania. En uno de esos movimientos ve como su hija se mama una verga, mientras el otro licántropo entierra su lengua en el ano. No parece en absoluto forzada. Siente asombro y alivio por su virginal hija. No se hubiese imaginado que Nefi enfrentase ese trágico momento tan bien. No actuaba como una chica inocente a punto de casarse, pero por otro lado era mejor así, de esa forma el recuerdo no sería tan traumático.
Mientras su hija seguía tragando verga, la misma Melania se permite relajarse un poco. Acompaña las embestidas del licántropo con movimientos pélvicos, y su sexo comienza a mojarse.
Durante un buen rato son revolcadas de acá para allá a merced de los licántropos. A Nefi le abren las piernas y le meten la enorme verga hasta el fondo. El otro sacude el sexo en su cara, y estalla en un bestial orgasmo, empapándola de semen. Melania ya está disfrutando de la vejación. En un momento, entre sacudida y sacudida, madre e hija quedan cara a cara, y casi sin reconocerse, y llevadas por el calor del momento, se dan un tierno beso en la boca. Melania saborea el semen del hombre-lobo de la cara de su hija. La lame una y otra vez hasta tomarse la última gota, y cuando ve el rostro impecable de su hija, recobra el juicio por un instante, sólo para sentir horror de sí misma. Nefi, en cambio, parece notar la turbación de Melania, y le regala otro beso, como para calmarla, mientras le acaricia cariñosamente la cabeza.
Ambas siguen poseídas por los licántropos. Están completamente desnudas, arrodilladas sobre el pasto, bajo el sol del atardecer que ya empieza a ocultarse. Es entonces cuando una voz masculina irrumpe en la orgía.
- ¡Nefi! – grita alguien a lo lejos. 
Neferet lo escucha, y con la verga todavía adentro suyo, mira hacia arriba y reconoce la cara de su futuro esposo Kilian.
Kilian está en lo alto de la colina, y ve horrorizado el espectáculo que se desarrolla a un costado del arroyo. Su futura esposa y su suegra están en plena orgia con cuatro hombres enormes, de piel oscura. Ve a Nefi levantar su cabellera amarilla para observarlo, pero el hombre que está encima de ella hace un movimiento pélvico, enterrándole la verga, cosa que hace que ella largue un gemido de placer mientras está cruzando la mirada con Kilian.
No puede ser, piensa. Seguro las están obligando. Ve las prendas femeninas desparramadas y rotas, tiradas en diferentes partes. Sí, las están violando, reafirma, no puede estar pasando otra cosa, esa cara de placer de Nefi debe ser solo mi imaginación, se dice. 
Eran cuatro hombres, pero él tenía una ballesta. A ver de qué les servían esos músculos con un ballestazo n la cabeza. .
Baja la colina corriendo, con los ojos destellando ira. Pero en un momento da un mal paso, se tuerce el pie, y cae rodando hasta los pies de uno de los licántropos. Se desmaya un instante y cuando despierta, siente el pesado pie en su tórax. 
A sólo uno centímetros, está Nefi, totalmente dominada por una excitación novedosa. Si hasta ahora venía sintiendo un calor que disfrutaba, ahora parecía que dentro suyo había un volcán a punto de explotar, todos sus músculos se tensaron mientras el licántropo seguía entrando y saliendo de su sexo. Vio a Kilian tirado, haciendo vanos esfuerzos por levantarse. Sintió pena por él, pero también sintió desprecio. Era un alfeñique al lado de esas bestias que la estaban poseyendo. Ya no pudo contenerse más, su primer orgasmo ya quería ser expulsado. El calor era sofocante, principalmente en su sexo. Gritó muy fuerte, como loca, y acabó, mirado a Kilian a los ojos. Su futuro marido no pudo hacer nada más que llorar.
Melania también estaba a punto de acabar. Estaba tan excitada que ni había reparado en la presencia de Kilian. Sus rodillas estaban sangrando de tanto rasparse contra el suelo, mientras recibía las embestidas del licántropo. El otro ya había acabado, eyaculando en su cara, y ahora observaba satisfecho cómo su compañero la penetraba. Las piernas gruesas y musculosas les servían a esas bestias para que sus movimientos pélvicos sean salvajes y potentes. Melania recibió el sexo de su agresor una y otra vez, cada vez con más fuerza, hasta que no pudo más y acabó, bañando la verga del hombre-lobo con sus fluidos vaginales.
Kilian seguía tirado en el piso, aprisionado por uno de ellos, sin aceptar lo que estaba sucediendo. Terminó por convencerse de que todo era una pesadilla. 
Uno de los licántropos, el más joven y fuerte, cargó a Neferet y la tiró encima de su novio. Él la abrazó, convencido de que estaban a punto de ejecutarlos y que era el último momento en que estarían juntos. Pero el licántropo se puso en cuclillas encima de ellos, y comenzó a penetrar a Nefi nuevamente. Ella sentía placer en cada penetración, y su cuerpo se sacudía encima de su prometido. Ahora Kilian sentía en su propia carne cómo violaban a su novia, y para poner peor las cosas, Nefi no podía ocultar lo que sentía cuando el enorme pedazo de carne entraba en ella. La poseyeron una y otra vez encima de su novio, y eyacularon tanto encima de ella como de Kilian.
Cayó la noche. Los licántropos recuperaron su forma de lobo y se marcharon, sigilosos, dejando atrás a las mujeres agotadas por los orgasmos, y al hombre, enloquecido.

Fin