Chantaje
a mi madrastra promiscua
El descubrimiento
de la traición
Hasta el momento sólo eran rumores: susurros a mis espaldas,
gestos ambiguos cuando la nombraban, sonrisas irónicas cuando se hablaba de
ella… Al principio no lo creí en absoluto. Después de todo, años atrás,
Florencia Orgambide fue una vedette de cierto renombre. Ahora, a sus treinta y
tres años, ya habían pasado siete años desde que se retirara de su meteórica
carrera, pero todavía, al googlear su nombre, se encuentran un montón de
imágenes suyas (La mayoría en ropa interior o con pantalones súper ajustados),
y si se busca en YouTube programas viejos de Pasión de Sábado, se la puede ver
detrás de los cantantes de cumbia, vestida con un top diminuto, y una minifalda
ridículamente corta, que se levantaba con facilidad cuando hacía determinados
pasos de baile, mostrando las nalgas esculturales, y la tanguita de turno.
Como venía diciendo, al principio no lo creía, porque a la gente
le gusta prejuzgar a los demás, y una ex vedette venida a menos era el blanco
perfecto para las habladurías. Además, Florencia hacía bien a mi padre. Él
había quedado viudo (Y yo medio huérfano) hacía cinco años, y recién ahora pudo
comenzar una relación con una mujer. Se lo veía tan feliz como hacía mucho no
lo estaba. Quizá eso (ver feliz a mi padre), me impidió ver la obvia realidad.
Cuando me dijo que salía con ella, primero no lo pude creer, y
después sentí vergüenza, porque Florencia fue la causante de muchas de mis
erecciones y eyaculaciones durante mi adolescencia. La idea de que pudiese ser
mi madrastra me perturbaba y fascinaba en medidas iguales.
Cuando la relación se fue volviendo seria, comenzó a venir un
par de veces a la semana, a quedarse en casa. De a poco fue trayendo sus cosas
una por una, y cuando me quise acordar, ya era parte de la familia. Era
simpática. Aunque me molestaba un poco su actitud condescendiente. Se notaba
que quería caerme bien, y eso la hacía parecer una persona falsa. Quizá debí
prestar más atención en ese detalle.
Me fui acostumbrando a su presencia: a comer con ellos, a verla
ir y venir por la casa con sus pantalones ceñidos a ese culo todavía
perfectamente tallado, a sus tangas colgadas en la bañera, a su charla amena, a
su risa estridente, a su perfume rico pero sofocante…
Yo tenía veintitrés años. Mi padre cuarenta y tres, por lo
tanto, ella me llevaba la misma edad que mi padre le llevaba a ella. Florencia
oficiaba de intermediaria cuando las diferencias generacionales con mi padre
hacían difícil la comunicación. Apaciguaba conflictos, y cuando podía, los
evitaba. Comencé a quererla, no sin darme cuenta de que nunca podría amarla
como a una madre. Era demasiado joven, y había llegado a mi vida cuando yo ya
era un adulto, así que era imposible verla como una imagen materna. Además, por
si lo anterior fuese poco, era extremadamente sensual.
Una noche, cuando estaba a punto de dormir, me llegó un mensaje
de WhatsApp desde un número desconocido. El mensaje solo decía “Hola”, y acto
seguido había un video. Yo escribí “hola”, pero no me contestaron. Con intriga,
abrí el video. Había una chica rubia sonriendo a la cámara. Tenía el pelo
planchado, suelto; sonreía con perfectos dientes blancos, mientras los pozos de
su mejilla se hacían más profundos. La cámara se alejó, y ahora mostraba por
completo el escultural cuerpo de la chica. Las tetas operadas eran perfectas,
enormes, con pezones puntiagudos; la zona pubiana estaba completamente
depilada.
¡Era Florencia!
Me quedé sorprendido y fascinado viendo cómo continuaba el
video. El hombre que sostenía la cámara (El celular supongo), la llamó con el
dedo, como si llamase a una perrita. Ella se arrodilló, y lentamente gateó
hacia adelante. La cámara se movió y ahora apuntó hacia una bragueta que
ocultaba un bulto importante. La mano de Florencia palpó la bragueta, bajó el
cierre y liberó una verga gruesa y cabezona. El rostro sonriente de Florencia
se acercó al falo que la esperaba, totalmente erecto. El hombre dijo algo que
no alcancé a entender, ya que estaba totalmente inmerso en lo que sucedía.
Florencia rió, y se llevó la verga a la boca. Y no paró de mamarla hasta que el
hombre se vino en su cara.
Estaba asombrado e indignado. Sentía lástima por mi padre, y
también sentía asco, al saber que estaba con ella en la otra habitación. Sin
embargo, también tenía una potente erección.
Puse el video de nuevo, y llevé una mano por debajo de las
sábanas.
Asimilando la cruda realidad
Cada vez que alguno de mis amigos se enteraba de que mi padre
salía con Florencia Orgambide, y que, además, vivía en mi casa, no podían
evitar preguntarme si yo no me sentía atraído por mi madrastra. Generalmente
esquivaba la pregunta con frases ambiguas. A mis amigos más cercanos les
confesaba que era imposible no mirar, cada tanto, su sinuoso cuerpo, y les
aseguraba que nunca fui más allá de apreciar su figura con mis ojos. Pero lo
cierto era que varias veces, mientras oía los ruidos de pasión en la otra
habitación, mi sexo se endurecía, incontrolable, y me veía obligado a realizar
prácticas onanísticas para poder dormir.
Luego de ver el video, un torrente de lujuria, que parecía haber
estado contenido durante mucho tiempo, acumulándose despiadadamente, sólo
liberándose a cuentagotas en aquellas noches de gemidos impiadosos, estalló en
mi interior con una violencia asesina.
Mi cabeza hizo un clic. Me vi obligado a sincerarme conmigo
mismo y a admitir que nunca sentí tanto deseo por una hembra, como lo sentía
por Florencia Orgambide, la vedette de teatro de revistas, la que se peleó con
el capocómico Tristán y nunca volvió a los medios, la ganadora del concurso
cola reef 2005, la despampanante, la fantasía de todo el que la conociese, la
inalcanzable, la prohibida... Esa noche le dediqué cinco pajas (récord
histórico), mientras ponía una y otra vez el video. Me imaginaba siendo el
hombre del video. Fantaseaba con verla de rodillas acercándose a mí. Le diría
que era una puta. Una perra traicionera que engañaba a su pareja, sin pudor ni
remordimientos. Pero sabía que no podía hacer eso. Solo era el morbo de un
hombre joven y desequilibrado por esa situación inesperada.
Envié varios mensajes a aquel número desde el que me enviaron el
video, pero nunca recibí respuesta.
No podía dormir. ¿Qué debía hacer con esa información? ¿Se lo
diría a mi padre? Ver ese video lo destruiría. ¿Y si hablaba con ella? Le diría
que se vaya de casa. Le daría un tiempo. Que arme una historia creíble. Que
termine con él en los mejores términos posibles. Que mi padre no quede
desilusionado después de haber apostado por el amor tras tanto tiempo de vida
solitaria. Sí. Haría eso. Por la mañana lo haría.
El chantaje
No pegué ojo en toda la noche. Cuando creí que por fin iba a
conciliar el sueño, reparé en algo que se me había pasado. ¿Fui el único que
recibió el video? El hecho de haberlo recibido de un número desconocido, de una
persona que luego no contestó, me hacían sospechar que alguien me había mandado
el video con intenciones maliciosas. Aunque no alcanzaba a entender el motivo.
Gogleé a Florencia. Si su video lo había recibido, aunque sea un puñado de
gente aparte de mí, ya se habría viralizado, y aparecería en varios portales de
noticia. Sería un épico regreso de mi madrastra al mundo del espectáculo:
“Aparece video de la ex vedette Florencia Orgambide practicando una felación a
un hombre que no es su pareja”. Ya me imaginaba a una horda de periodistas de revistas
de segunda en la puerta de mi casa.
Sin embargo, la última noticia que había sobre ella era una de
hace dos años, en donde destacaban su participación en el programa de Marley,
después de cinco años de haber desaparecido de los medios. Por lo visto se
trataba de un último intento desesperado por conseguir trabajo en los medios.
Pero la reaparición de una vedette de treinta años, quien, para empezar, jamás
fue una primera figura, no pareció interesarle a nadie, y no recibió ninguna
oferta laboral.
Papá se fue al trabajo temprano. Sabía que Florencia se
despertaría unas horas después, desayunaría, y se iría quien sabe a dónde, para
no volver hasta la noche.
— Hola, Gasti —me saludó, cuando bajó de su habitación. Llevaba
una remera musculosa blanca, y un short de jean diminuto. Mi sangre comenzó a
hervir. — ¿Pasa algo? —preguntó, cuando vio mi semblante serio.
Estábamos en la cocina. La observé arriba abajo. Era una mujer
peligrosa, sin ninguna duda. Una hembra capaz de manipular a cualquier hombre
si se lo proponía. No necesitaba ser muy inteligente para lograrlo. Con ese
cuerpo de ensueño convertiría en tonto hasta al más inteligente.
— Mirá tu celular —le dije, yendo al grano. E inmediatamente le
reenvié el video que me llegó la noche anterior.
— ¿Y esto? —preguntó.
— Miralo.
Florencia me observó con expresión interrogante. Luego dio play
al video, y al reconocerse, sus ojos se abrieron desmesuradamente.
— ¿Por qué me mostrás esto?
— ¿Que por qué te lo muestro? —repliqué, indignado—. Para que
sepas que no me podés mentir. Para que no te atrevas a negarme que le anduviste
chupando la pija a un tipo que no es mi viejo. Para que sepas que no te quiero
ver más por acá. Te doy dos semanas para que busques una excusa que lo lastime
lo menos posible. En ese lapso te tenés que ir. Él ya perdió a su mujer. Vos no
le llegás a los talones a mamá, pero igual va a sufrir.
— Así que me estás chantajeando. Si no me voy, le mostrás el
video a tu papá —contestó ella, con una sonrisa irónica que me sorprendió y
enfureció.
— Exacto.
— Y qué diría tu papá si se entera que anduviste viendo un video
pornográfico de su mujer. ¿Eh? Porque lo viste entero ¿No?
— Eso no tiene nada que ver…
— ¿No alcanzaba con ver los primeros segundos donde estaba
desnuda? ¿Era necesario que veas todo, incluso cuando me acabaron en la boca?
No dije nada, y ella rio.
— ¿Ves? Tengo razón, lo viste completo.
— Estás mezclando todo.
— No estoy mezclando nada. Le voy a decir a tu papi que
anduviste viendo ese video que grabé con mi novio hace dos años, y que encima
me chantajeás con mostrárselo a él si no me voy.
— ¿Hace dos años? —Balbuceé, desconcertado.
— Y de paso le voy a contar que cuando nos quedamos solos no
parás de mirarme el culo. Que aprovechás cualquier excusa para tocarme, y que
en el historial de tu computadora están registradas todas las veces que
buscaste mi nombre en internet, y todos las miles de fotos que viste de mí. Sos
un acosador.
— ¿Qué? —Atiné a decir.
Estaba ofuscado. La cosa dio un giro que no había previsto.
¿Acaso había revisado mi historial de internet, o solo había intuido mi
obsesión por ella y había lanzado ese comentario a ver si caía, tal como había
hecho al asegurar que vi cómo acababan en su boca? Poco importaba. Lo más
importante era lo que había dicho sobre ese video ¿Fue grabado hacía dos años?
¡Cómo carajos no lo había pensado! No había prueba alguna que afirme que la
grabación fuera reciente. Florencia ni siquiera estaba vestida, así que no
podía comparar las ropas, con sus prendas actuales. Estaba totalmente perdido.
— Y dicho sea de paso, quizá deberías irte vos —siguió diciendo
Florencia— A tu edad viviendo con papi. Debería darte vergüenza, pendejo
pajero.
Me dio la espalda y se fue. Yo no alcancé a articular una
respuesta.
Desenredando la mentira
“Nunca me había equivocado tanto, te pido sinceramente perdón”.
Ese fue el mensaje que le envié, varias horas después, una vez que me pasó el
temblor en el cuerpo, producto del nerviosismo. Fue la mejor frase, entre las cientos
que había pensado. Directa y concisa. Florencia me dejó el visto, y recién a
las cinco de la tarde me respondió. “No le vamos a contar nada a tu papá sobre
esta ridícula situación”.
Sentí un profundo alivio al leer ese mensaje. Aunque también me
pareció extraño tener un secreto con ella. Ocultarle algo a mi padre (algo que
compartía con su mujer), era en sí mismo una traición. Pero qué podía hacer.
Nada ganaba con mostrarle el video. El único que saldría perdiendo sería yo. Me
sentí avergonzado de mí mismo, como nunca lo había estado. El poder ficticio que
me había inventado me encegueció. Se sentía morbosamente bien creer que la
tenía en mis manos. Que una mujer como Florencia se viera obligada a aceptar mi
chantaje sin cuestionamientos, era algo que despertaba fantasías oscuras en mi
cabeza. Durante esa madrugada de insomnio, no pude evitar imaginar qué
sucedería si en vez de obligarla a marcharse de la casa, la obligase a otras
cosas. Los sentimientos más impíos se agolparon en mis neuronas. Ahí estaría
Florencia, temblando como una hoja. Yo con el dedo encima del celular, como si
fuese el detonador de una bomba, a punto de tocar la pantalla y enviarle el
video a papá. Florencia, oyendo cómo le explicaba, con calma, la situación. “si
no te desvestís en dos minutos, le mando el video a papá. No le pienses mucho,
el tiempo corre”, y Florencia Orgambide, tan furiosa pero resignada, comenzando
a quitarse la remerita, sin quitar su mirada de asco hacia mí, quedando en
corpiño, para luego inclinarse y sacarse el shortcito. “Toda la ropa” le diría
yo, y ella haría un puchero, mientras, lentamente, quedaba en bolas ante su
hijastro.
Por suerte espanté esa fantasía de mi cabeza. De haber intentado
hacer eso, mi vergüenza sería peor, si es que eso era posible.
En los siguientes días evité cruzármela. En los horarios en que
solía andar por casa, yo me iba a cualquier parte. Por las mañanas, esperaba a
levantarme y a bajar a la cocina, recién cuando estaba seguro de que quedaba
solo en casa. De vez en cuando me veía obligado a cenar con ellos. Ambos
fingíamos hablar con total naturalidad. En mi caso no sé qué tan creíble era,
pero Florencia era una gran mentirosa. No había nada que hiciera sospechar que
su hijastro había intentado hacerle una mala jugada unos días antes.
Una tarde calurosa, fui a darme un chapuzón en la pequeña pileta
que estaba en el fondo de la casa. Se suponía que Florencia andaba haciendo sus
cosas por el centro, pero de repente apareció con un bikini blanco con los
bordes azules. Nunca la había visto así salvo en fotos, así que quedé
totalmente idiotizado con su cuerpo, mientras se hundía en el agua.
Se mojó por completo. Luego emergió, y sus pechos quedaron por
encima del agua. Sus pezones se marcaban en la tela del bikini.
— ¿Qué pasa, nunca viste un par de tetas? —Me dijo, provocativa.
— No… digo si… Perdón —Susurré.
— No importa, es normal que me veas así. Todos los hombres lo
hacen. Más bien deberías pedirme perdón por otras cosas.
— Pero si ya lo hice —dije.
— Sí, pero me lo vas a tener que pedir todos los días. Porque la
verdad que te pasaste de la raya.
— Tenés razón, pero lo hice por papá.
— Sólo por eso te perdono. Porque lo hiciste por imbécil, no por
mala persona. Ni se te cruzó por la cabeza que el video podría no ser actual
¿No?
— No, soy un idiota.
— Ya fue.
— Te dejo sola —dije, dirigiéndome a la escalera para salir de
la pileta.
— No hace falta —dijo, pero yo ya estaba subiendo— ¿Te gusta mi
nuevo color? — Agregó. La pregunta me desconcertó por completo. Se había teñido
el pelo de un castaño claro.
— Sí —le dije.
— ¡Gasti! —me dijo, cuando le daba la espalda, obligándome a
voltear de nuevo. — Deberías aprender controlar tus impulsos, y tu cuerpo.
—Cuando dijo esto último miró hacia mi maya. Yo seguí su mirada, y noté que mi
sexo estaba hinchado, a media asta, como se dice.
Me fui a mi cuarto, sintiéndome humillado una vez más. Sin embargo,
había algo que me inquietaba. Sentía que Florencia me había dicho algo
importante. En la conversación que acabábamos de tener se había dicho algo
mucho más significativo de lo que a simple vista parecía. Pero no alcanzaba a
decidir cuál de sus frases era la que encerraba una verdad oculta. ¿Qué me
había dicho? Se había burlado cuando miré sus tetas. Luego me dijo que debería
controlar mis impulsos e hizo notar mi media erección. Sin embargo, no se había
mostrado escandalizada por ninguna de esas cosas. ¿Se me estaba insinuando? Era
improbable. Las mujeres como ella están acostumbradas a recibir la atención de
todos los hombres, tal como la propia Florencia lo había dicho. Esas cosas no
le movían un pelo. Eso explicaría su naturalidad. ¿Qué más me había dicho? Que
debería pedirle perdón todos los días. ¿Acaso pretendía cobrarme de alguna
manera aquel error? Quizá así fuera, aunque no sabía qué quería de mí, aparte
de humillarme de vez en cuando, como lo acababa de hacer. De repente me asaltó
la pregunta que me venía haciendo desde hacía muchos días. ¿Quién carajos me
envió el video, y por qué? Pero no tenía respuesta a ese interrogante. Quien
quiera que fuera, me había bloqueado. ¿Qué más había sucedido en la pileta? Las
palabras se repetían una y otra vez en mi cabeza: Bikini, tetas, perdón,
Imbécil, Impulsos, pelo… ¿Pelo? ¿Qué había dicho sobre el pelo? Se lo había
teñido. Había creído que yo no lo había notado, y me preguntó si me gustaba
cómo le había quedado. ¿Por qué quería saber eso? ¿Qué había detrás de esas
palabras? Me desesperaba no entender, pero al mismo tiempo, tenía la certeza de
que ese detalle era mucho más significativo de lo que yo y la propia Florencia
creía. Era como sentir una picazón insistente, pero no saber qué parte de tu
cuerpo rascar.
Y de repente mi cerebro se iluminó.
Fui a mi computadora. Entré al perfil de Instagram de Florencia.
Era muy vanidosa, como todas las mujeres hermosas, así que subía fotos casi a
diario. Las revisé una por una, desde cinco años atrás hasta la actualidad. Ahí
estaba la verdad, tan clara como el agua. Sentí cómo la dignidad volvía a mi
ser. Ahí estaba la verdad. La tenía nuevamente entre mis manos, y esta vez no
se me iba a escapar.
El precio del silencio
Bajé en busca de Florencia, embriagado de poder. Estaba saliendo
de la pileta. Su cuerpo mojado parecía una obra de arte bajo el sol de febrero.
— Hace dos años no tenías el pelo rubio —le dije.
— ¿Qué?
— No te hagas la tonta. Escuchaste lo que dije. Me habías dicho
que el video era de hace dos años. Pero en el video estabas rubia, y hace dos
años usabas el pelo de un color castaño, parecido al que tenés ahora, pero más
oscuro.
— Bueno Gasti, habrá sido hace tres años. Qué se yo. —Dijo,
fingiendo indiferencia, aunque yo sabía que se daba cuenta de que la estaba
poniendo entre la espada y la pared. Agarró una toalla, se inclinó y comenzó a
secar sus piernas. Su cabello mojado le cubrió el rostro.
— Hace tres años usabas el pelo con las puntas rubias. Solo las
puntas.
— ¿y para qué me decís todo esto? Si estás seguro de que
traicioné a tu papá, decíselo. Mostrale el video. Sabés muy bien que no va a
aguantar mirarlo. ¿Querés que se mate?
— Sos una cínica manipuladora.
— Y vos sos un hipócrita. No dejás de mirarme, ni siquiera
ahora. ¿Quién es peor, la mujer que engaña a su pareja, o el hijo que desea a
la mujer de su padre? A ver, anímate a mandarle el video. No tenés lo huevos
para hacer eso, ni para hacerme nada a mí.
— Ya me cansé de tus jueguitos —dije, agarrándola de la muñeca—.
Vení para acá.
La llevé a rastras hasta el living. La tumbé en el sofá.
— Ya te voy a mostrar cómo domino mis impulsos —dije,
acariciando su culo mojado.
— ¡Gastón, no! ¡Qué hacés!
Le arranqué la pieza inferior del bikini de un tirón. El culo
pomposo y duro quedó, por fin, desnudo ante mis ojos.
— Por favor no me cojas —dijo ella. Sin embargo, sólo susurraba.
No oponía resistencia física, ni siquiera cuando separé sus piernas—. Por favor
no me cojas —repitió, con la respiración entrecortada, mirándome a los ojos.
Le di una nalgada que habrán escuchado hasta los vecinos. Me
bajé el short. Mi pija se había empinado sin previo aviso. Agarré con ambas
manos sus nalgas monumentales. Acerqué mi rostro y le olí el culo mientras
estrujaba los glúteos. Me acomodé en el sofá. Ella se puso en pose de perrita,
sin dejar de repetir que por favor no la coja. Me ayudé con una mano, sin dejar
de magrearla con la otra. Apunté hacia el destino obvio. Florencia recibió mi
pija, que se enterró por completo en el primer movimiento pélvico, con un
gemido que contradecía sus palabras. Su espalda se arqueó ante la penetración.
Su sexo se sentía mojado. Mi miembro comenzó a entrar y salir frenéticamente.
Florencia gemía, y cada tanto giraba su cabeza, para mirarme, mientras mordía
su labio inferior. Yo le daba nalgadas, y seguía entrando en ella una y otra
vez.
— Este es el precio de mi silencio, pedazo de puta —le grité.
Cuando estuve a punto de acabar, retiré mi sexo de esa cueva
inundada de fluidos. Le dije que se diera vuelta, y acabé en sus tetas.
— Ahora tomate hasta la última gota —ordené.
Florencia juntó el semen, impregnado en sus mamas, con un dedo,
y sin chistar, se lo llevó a la boca. Succionó su dedo hasta que no quedó nada
de semen en él. Luego repitió la tarea. y finalmente, agarró sus enormes tetas,
y lamió, ahí donde había recibido mi eyaculación.
— ¿Satisfecho? —dijo.
— A partir de ahora vas a hacer lo que yo te ordene —dije. Ella
sonrió con ironía.
— Si Querés creer que sos el que tiene el poder, créelo —dijo—
¿Ya me puedo ir a duchar?
Por toda respuesta le desabroché el corpiño, y chupé con
desesperación, ahí donde ella misma había lamido. Su piel suave tenía sabor a
semen y a saliva. Estrujé sus pezones, observando el cambio que operaba en su
rostro, debido a la excitación. Acaricié sus piernas torneadas y musculosas,
luego sus muslos, y finalmente perdí mis manos adentro suyo.
Mi pija se endureció enseguida de nuevo. Le ordené que sea ella
quien ahora me montara. Me recosté baca arriba. Mi cuerpo apenas cabía en el
sofá. Florencia metió mi sexo en el suyo. Mientras se hamacaba adelante atrás,
yo no paraba de manosear sus tetas, y aunque era más difícil, también su culo.
Ella acabó primero. Dejando mi sexo, y mis vellos pubianos empapados de su
fluido. Su cuerpo se estremeció deliciosamente sobre mí. Cuando llegó mi turno,
me di el lujo de enchastrar su cara con mi semen, y, una vez más, la obligué a
tragárselo todo.
La verdad
Me hubiese gustado poseerla una vez más sobre ese sillón, pero
Florencia dijo que ya había hecho todo lo que quise, que por favor la deje en
paz.
A la noche, tuvimos la velada más bizarra de mi vida, ya que
cenamos con mi padre. Hicimos un esfuerzo exagerado por parecer que actuábamos
normalmente, así que mi padre preguntó si había pasado algo. Florencia le
inventó alguna mentira, y el asunto quedó, aparentemente, zanjado.
Por la noche no pude dormir. Lo que había hecho era una locura,
pero, sobre todo, una vil traición. La peor traición que pudiese cometer un
hombre. Me prometí que me iría de casa. No quería estar a solas con Florencia
nunca más. No había fuerza humana que me impida atraparla, desnudarla, y
poseerla, cada vez que pudiera. Tampoco aguantaría ver a mi pobre viejo a la
cara después de lo que le había hecho. Era una pésima persona. Debía poner un
punto final a esa situación que se me había ido de las manos. Debía alejarme de
esa casa, y, al mismo tiempo, debía buscar la manera de hacer que papá descubra
quién era Florencia.
Eran las tres de la mañana, cuando me decía todas estas cosas.
Fue entonces cuando se abrió la puerta de mi habitación.
La luz se encendió. Era Florencia. Llevaba un body negro con
transparencias.
— ¿Qué haces? ¿Estás loca?
— No te preocupes, tu papi duerme como un bebé —se subió a la
cama y comenzó a gatear hacia mí.
— Vos me mandaste el video ¿No? —le pregunté, aunque ya sabía la
respuesta.
Florencia hiso a un lado el cubrecama, y se encontró con mi
cuerpo semidesnudo, solo cubierto con un bóxer. Lo agarró por el elástico de la
cintura y lo bajó.
— Ya me imaginaba que estabas haciendo chanchadas. —Dijo,
agarrando mi verga pegajosa. Comenzó a masajear el tronco. No tardé en
endurecerme de nuevo.
— ¿Por qué haces esto? —pregunté.
Florencia rió. Sus labios ya estaban pegados a mi glande.
— Es una fantasía —susurró, y se metió la pija en la boca.
Lamió con salvajismo el glande, mientras masajeaba mis bolas
peludas, y yo estiraba la mano para estrujar su teta suave y enorme. Sus labios
enseguida se impregnaron de mi leche.
— ¿Esta es tu fantasía? ¿Cogerte a padre e hijo?
Florencia me mostró como se tragaba mi semen.
— Sí, pero tu papá es medio puritano, nunca aceptaría un trío,
mucho menos con vos.
— Estás loca.
— No estoy loca. Vos no entenderías lo difícil que es saber que
podés tener al hombre que quieras. Que ninguno te diría que no. Necesitaba una
experiencia nueva, una experiencia intensa. Necesitaba sentirme viva de nuevo.
No supe qué decir. Florencia giró su cuerpo y puso las nalgas
frente a mi cara. Besé sus glúteos y luego enterré un dedo en su ano.
Florencia gimió, y yo se lo enterré con mayor profundidad. Una
falange ya estaba perdida en su culo. Luego se lo metí más adentro. Florencia
gemía, cada vez más fuerte, mientras papá dormía en su habitación.
Fin.

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